Horror vacui

Escribía. Escribía a todas horas, compulsivamente, sin interrupción. Escribía de día. Escribía de noche. Incluso dormido escribía. Escribía con buena letra, sin temblor. Escribía en folios, en cuadernos, en servilletas. Incluso en el viento escribía. Todo le valía para escribir. Un lápiz, un bolígrafo, un rotulador. Escribía como una bendición, como quien nace con un don. Escribía como una maldición, como quien muere por un don. Se obligaba a escribir. Le dolía escribir y su escritura se alimentaba de su dolor. Escribía en verso. Escribía en prosa. Incluso en prosa poética escribía. Escribía poemas, sátiras, dramas, comedias. De todo escribía. De todo sabía y podía escribir. Escribía como si le faltase tiempo para escribir todo lo que tenía que escribir. Escribía como si en cualquier momento fuera a quedarse sin palabras, sin aliento, sin inspiración. Escribía para mantenerse despierto. Escribía para no perder la concentración. Escribía, al fin, por miedo a dejar de escribir.

Cuando miró todo lo que había escrito, no había nada. Ni una triste letra. Ni un solo renglón. Nada. La página estaba en blanco. Virgen. Inmaculada.

Se frotó los ojos, atónito. No daba crédito a lo que veía.