- Jordi ThosMirmidónVeterano del foro
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La oveja y el pastor (I)
Jue Jun 11, 2020 12:10 am
Va un buen hombre al campo a coger leña y regresa a casa con una oveja. La mujer le pregunta: «¿Dónde vas con esa oveja?», a lo que el hombre contesta: «Ayer era campesino, anteayer jardinero y hoy, ya lo ves, soy pastor y mañana Dios dirá, pues esta oveja ha de comer y ya ves cómo está, apenas se tiene en pie, está herida y no puede andar, así que algo habré de hacer para alimentarla y que no muera». El hombre la metió en casa, la tumbó frente al fuego, la curó y le dio de cenar de su propia comida.
Al día siguiente, la oveja fue a despertar al buen hombre mordiéndole la ropa. El hombre se vistió y desayunó. La oveja anduvo animada todo el tiempo, hasta que el buen hombre decidió bajar al pueblo y la oveja le siguió. Al pasar por frente a la iglesia, el párroco le vio mover el bastón y le dijo en tono jovial: «Pareces un pastor, como yo, solo te falta el rebaño». Asomó entonces la oveja por detrás de un árbol y dijo el buen hombre: «Este es mi rebaño, monseñor, ayer la encontré en el campo y hoy ha venido conmigo a ver si encuentro algo que hacer para ganar algún dinerillo». Dijo el párroco: «Pues sé de María, la de los encantes, la que tiene una hermana pastora, que anda buscando a alguien que cuide de sus ovejas, pues ha sufrido un percance y no puede andar; le diré que la vas buscando, pues voy ahora al mercado. Pasa, tómate algo y baja luego a la plaza. ¡Ah! y lleva contigo a tu oveja para que todos la vean».
«Gracias, padre, así lo haré, me tomo un descanso y luego bajo», respondió. El buen hombre descansó y luego bajó a la plaza; la oveja le iba detrás. Encontró a la mujer con la pierna vendada y a su hermana de pie en la parada y con las dos piernas sanas; el párroco estaba sentado en una silla bajo el techo de lona protegiéndose del sol. Y se conocieron todos.
Pasó entonces algo muy extraño: se oscureció el cielo, sonaron truenos y empezó a llover, pero no solo agua, sino que llovieron ranas. Todos corrieron por todas partes, salvo la oveja, el párroco, las dos hermanas y el buen hombre, que las observaba.
La oveja empezó a saltar, a dar brincos bajo la lluvia, como de alegría; nadie entendía nada. La oveja se subió a la fuente y empezó a hablar. Las dos hermanas y el párroco se quedaron blancos y el buen hombre se asustó; vino la gente a ver qué pasaba y miraron a la oveja como nadie había mirado nunca a un animal. Se quedaron perplejos al ver que ciertamente salía una voz de su boca. Fueron estas sus palabras: «Soy vuestro Dios y he venido en forma de oveja a pediros que hagáis algo, aunque os parezca extraño, porque así podré salvar muchas vidas». Y así fue como les pidió ayuda. El buen hombre se quedó de piedra y todos se asustaron y permanecieron quietos, empapándose en silencio bajo la lluvia intensa, de agua y de ranas. Y dijo la oveja: «Debéis recoger todas las ranas que están cayendo y ponerlas en el lomo de aquella piedra, para que así luego pueda mandarlas a un lugar donde la gente pasa hambre».
Entonces, un hombre de entre la gente alzó la voz y preguntó: «¿Si eres Dios, por qué no haces que lluevan ranas en ese sitio directamente?». Y el cielo gris se volvió negro y se oyó un inmenso trueno y la tierra se abrió y se tragó a ese hombre y luego se volvió a cerrar.
No se oyó nada durante un buen rato. Se aclaró de nuevo el cielo y entonces la oveja volvió a hablar: «Pronto dejará de llover y podréis empezar a recoger las ranas y a ponerlas en ese lugar que os he indicado y así podremos ayudar a esa gente que pasa hambre».
Ya nadie volvió a preguntar nada y todos se pusieron a recoger ranas.
Fin de la primera parte
* * * *
Al día siguiente, la oveja fue a despertar al buen hombre mordiéndole la ropa. El hombre se vistió y desayunó. La oveja anduvo animada todo el tiempo, hasta que el buen hombre decidió bajar al pueblo y la oveja le siguió. Al pasar por frente a la iglesia, el párroco le vio mover el bastón y le dijo en tono jovial: «Pareces un pastor, como yo, solo te falta el rebaño». Asomó entonces la oveja por detrás de un árbol y dijo el buen hombre: «Este es mi rebaño, monseñor, ayer la encontré en el campo y hoy ha venido conmigo a ver si encuentro algo que hacer para ganar algún dinerillo». Dijo el párroco: «Pues sé de María, la de los encantes, la que tiene una hermana pastora, que anda buscando a alguien que cuide de sus ovejas, pues ha sufrido un percance y no puede andar; le diré que la vas buscando, pues voy ahora al mercado. Pasa, tómate algo y baja luego a la plaza. ¡Ah! y lleva contigo a tu oveja para que todos la vean».
«Gracias, padre, así lo haré, me tomo un descanso y luego bajo», respondió. El buen hombre descansó y luego bajó a la plaza; la oveja le iba detrás. Encontró a la mujer con la pierna vendada y a su hermana de pie en la parada y con las dos piernas sanas; el párroco estaba sentado en una silla bajo el techo de lona protegiéndose del sol. Y se conocieron todos.
Pasó entonces algo muy extraño: se oscureció el cielo, sonaron truenos y empezó a llover, pero no solo agua, sino que llovieron ranas. Todos corrieron por todas partes, salvo la oveja, el párroco, las dos hermanas y el buen hombre, que las observaba.
La oveja empezó a saltar, a dar brincos bajo la lluvia, como de alegría; nadie entendía nada. La oveja se subió a la fuente y empezó a hablar. Las dos hermanas y el párroco se quedaron blancos y el buen hombre se asustó; vino la gente a ver qué pasaba y miraron a la oveja como nadie había mirado nunca a un animal. Se quedaron perplejos al ver que ciertamente salía una voz de su boca. Fueron estas sus palabras: «Soy vuestro Dios y he venido en forma de oveja a pediros que hagáis algo, aunque os parezca extraño, porque así podré salvar muchas vidas». Y así fue como les pidió ayuda. El buen hombre se quedó de piedra y todos se asustaron y permanecieron quietos, empapándose en silencio bajo la lluvia intensa, de agua y de ranas. Y dijo la oveja: «Debéis recoger todas las ranas que están cayendo y ponerlas en el lomo de aquella piedra, para que así luego pueda mandarlas a un lugar donde la gente pasa hambre».
Entonces, un hombre de entre la gente alzó la voz y preguntó: «¿Si eres Dios, por qué no haces que lluevan ranas en ese sitio directamente?». Y el cielo gris se volvió negro y se oyó un inmenso trueno y la tierra se abrió y se tragó a ese hombre y luego se volvió a cerrar.
No se oyó nada durante un buen rato. Se aclaró de nuevo el cielo y entonces la oveja volvió a hablar: «Pronto dejará de llover y podréis empezar a recoger las ranas y a ponerlas en ese lugar que os he indicado y así podremos ayudar a esa gente que pasa hambre».
Ya nadie volvió a preguntar nada y todos se pusieron a recoger ranas.
Fin de la primera parte
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