La promesa de los días mejores

Sonaba a ocre
la eterna distancia hasta el río
en que mareábamos las varas de olivo.
Ya había roto el silencio el plantar alto
del jinete vacuo,
mordido y descabezado
al igual que el monte que dibujaba
el grácil pincel del empíreo.

Allí quedábamos tú y yo y el desasosiego,
envueltos en pátina de lapso
y abandonados a la ira de los dioses,
como una siembra.

Parecía extraño y rimbombante
la rúbrica de un beso abúlico,
antojado de labio, harto de lluvia,
hueco de ósculo.
Y en el vientre,
el ulterior y predictivo para lo eterno,
lúcido en su latir sonoro,
resoplaba en estertores afanados.
Yo lo sabía, sonaba a esclavo
el pensamiento y el hecho
tan remiso a la más absoluta de las evidencias
integrales.

Ya tenía nombre mi fusil de humo,
y nadaba a la vez en sus aguas
como nosotros y nuestra mentira.

"Ya tenía nombre mi fusil de humo,
y nadaba a la vez en sus aguas
como nosotros y nuestra mentira."

Éste es el tipo de cierre que me gusta para un poema, enigmáticos y sugerentes versos que dejan al lector intrigado y sumergido en su atmósfera.

Por lo demás, utilizas un rico vocabulario para dibujar una panoplia de bellas imágenes, acompañadas, cómo no, de un buen ritmo.

Te confieso que en una primera lectura tuve la impresión de que en algunas partes había un exceso de adjetivación, pero en sucesivas lecturas lo he encontrado más equilibrado.

Saludos y gracias por compartir, Juan Ramón.