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Óscar Bartolomé Poy
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Sopa de letras Empty Sopa de letras

Sáb Jun 06, 2015 1:13 pm
Tenía una capacidad de comprensión fabulosa. Cuando leía un libro o un periódico, absorbía las letras y éstas desaparecían al instante del papel, dejando las páginas en blanco, impolutas, como antes de salir de imprenta. Rebañaba vocales y consonantes con apetito pantagruélico, y no hacía ascos ni a las comas ni a los puntos finales. Las tildes le burbujeaban en el paladar como la tónica. Los puntos suspensivos, aun siendo tres, siempre le dejaban con más hambre, como una golosina que, lejos de saciarte, te abre el apetito. Y si por casualidad ingería una errata o, peor aún, una falta de ortografía, sufría de ardores y acidez de estómago, y a continuación las eructaba, sintiendo un gran alivio.

Las páginas que devoraba no permanecían vírgenes por mucho tiempo. Momentos después de fagocitar su contenido con ojos ávidos y presurosos, con todas las letras que había engullido volvía a rellenar aquellas mismas páginas. Pero nos equivocaríamos si pensáramos que las dejaba como estaban antes. No. Todas aquellas palabras pasaban por el filtro de su imaginación, que las recortaba, las estiraba y las permutaba a su antojo, como en una gigantesca planta de reciclaje, para crear un todo diferente, un producto completamente nuevo, y mejor. No hacía falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que se había obrado un gran cambio en ellas. Si hubiera modificado también las ilustraciones y el dibujo de la portada, habríamos pensado que era magia. Y si no lo era, no estaba lejos de serlo.

Para hacernos una mejor idea de cómo funcionaba su prodigiosa mente, pensemos en un sencillo ejercicio que todos hemos hecho de niños: recortar palabras y fotos de una revista y hacer con ellas un collage. Sin embargo, la comparación es imprecisa. Él no cortaba y pegaba fragmentos, como en un pequeño Frankenstein o en un cadáver exquisito. Nada más lejos de la realidad. Él trituraba, desguazaba y luego ensamblaba como un soldador milagroso. Cosía con hilo de oro, y su pegamento era mágico. En cuanto al mural de su imaginación, era de unas dimensiones tan vastas que habría podido clavar en él tantas notas y chinchetas como vocablos contiene el diccionario.

Así pues, como puede deducirse de todo lo dicho, su vocabulario era inmenso, casi ilimitado, pues si a su pasión por la lectura añadimos esta asombrosa capacidad de asimilación, nos da como resultado un cerebro privilegiado. Era como un vademécum con patas al que se podía consultar cualquier duda sobre ortografía o gramática. Siempre tenía la respuesta, y ofrecía su saber con modestia, ruborizándose, pero complacido de servir a los demás.

Por si no fueran lo suficientemente epatantes sus destrezas lingüísticas, este genio de las letras era un imberbe mozalbete de quince años. Un niño prodigio, sin duda, comparable a Mozart. Todos los adultos hablaban de él con una admiración rayana en el ditirambo, pero los chicos de su edad le envidiaban tanto como le odiaban, y eso le causaba gran congoja. Sus compañeros le marginaban, y como les ocurre a todos los superdotados, se aburría soberanamente en clase, pues él estaba varios pasos por delante en cada lección. Ni siquiera podía esperar la comprensión de sus profesores, a quienes molestaba lo que ellos consideraban aires de superioridad, pues a menudo, sin pretenderlo, con su curiosidad insaciable y vasta erudición sacaba a relucir todas sus carencias.

Nadie dijo que ser diferente fuera fácil.

Este muchacho de entendimiento tan lúcido como asombroso era capaz de escribir una novela mientras leía otra. Con Madame Bovary hubiera podido escribir Anna Karénina, sólo que aquellos libros ya habían sido escritos, y él no se limitaba a copiar o repetir, sino que mejoraba el original utilizando su materia prima. En ese sentido, nunca ha existido escritor más avezado, ni más prolífico. De ningún modo él hubiera consumido diez años de su vida en escribir La Montaña Mágica.

Sus influencias se contaban por cientos o miles, y un agudo crítico literario hubiera podido distinguir en su obra tantos estilos como autores había leído, pues en lo que escribía había un poco de todos, y, al mismo tiempo, de ninguno. Porque su estilo, dejémoslo claro para que no haya ninguna duda, era único, inimitable, nunca antes visto. Había recogido lo mejor de Shakespeare, de Quevedo, de Stendhal, de Dickens y de tantas otras eximias plumas de todas las épocas, y las había destilado en el alambique de su magín para obtener la quintaesencia de la expresión artística. La palabra poesía se quedaría corta para describir lo que él hacía.

Su fin y su ideal era la Belleza, y si la mayoría de nosotros, tristes autores de romo ingenio, nos conformamos con perseguir su estela y rozarla con la punta de los dedos unas pocas veces a lo largo de nuestras vidas –y eso tal vez sólo en sueños–, él podía embridarla y domarla con la pericia del jinete experto. En sus manos la Belleza volaba como una cometa en lo más alto del cielo, y no había racha de viento capaz de desviar su trayectoria.

Pero no todo era tan bonito ni tan fácil como parece. Aquella extraordinaria agudeza también tenía sus inconvenientes. Además del rechazo y la incomprensión, había llegado a un punto en que veía letras por todas partes, y hasta soñaba con letras. Estaba obsesionado. Cuando alguien le hablaba, él leía su transcripción fonética, como si los diálogos tuvieran subtítulos. Pero, ¡diablos!, no estaba en el cine. La vida real no tiene subtítulos. A lo sumo, se puede leer entre líneas, y eso sólo en sentido figurado. Definitivamente, tenía un problema. Aquello era enfermizo. Lo que había empezado siendo un don, había acabado por convertirse en una maldición faraónica.

¿Qué podía hacer, pues, con un talento tan descomunal, que lo que tenía de bueno lo tenía también, y redoblado, de malo? Hubiera podido crear una obra inmortal, que haría languidecer a la del mismísimo Cervantes. Pero él sólo quería llevar una vida normal, como la de cualquier otro chico de su edad. En lugar de ambicionar las más altas metas con que un escritor puede soñar, como ganar el premio Nobel o el Booket Prize, decidió ocupar su tiempo haciendo sopas de letras y crucigramas. Ése fue el tratamiento para librarse de la obsesión, prescrito y recetado por su sentido común, y que pronto empezaría a dar resultados.

En unos pocos meses desaprendió todo lo aprendido, y su increíble talento se desvaneció; o, dicho de otro modo, quedó oculto, en estado latente. Habrá quien piense que cometió un grave error al renunciar a un don que le hacía único, especial, pero él estaba feliz de ser uno más. Se sentía más integrado en clase y aliviado de responsabilidad. No tardó en cogerle gusto a la mediocridad, y por nada del mundo se habría apartado de ese camino.

Después de todo, para él la lectura nunca había sido más que un pasatiempo, y le divertía más eso que deglutir y regurgitar novelas de rusos barbudos. Y por otra parte, ¿para qué demonios quería él la inmortalidad, si las letras, como la vida, son efímeras, y tan pronto como se leen se olvidan?

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Sopa de letras Empty Re: Sopa de letras

Miér Jun 10, 2015 3:03 am
Muy bueno, Óscar. Lamenteblemente, a veces, para evitar problemas, para cohabitar e intentar ser feliz en esta corta vida, hay que meterse una broca en la sien como el pobre Maximillian Cohen.

Dime ¿hay datos autobiográficos ahí?

Prosa de calidad, precisa y rica en vocabulario, como siempre.

Saludos.
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Sopa de letras Empty Re: Sopa de letras

Miér Jun 10, 2015 11:05 am
M.G.Hernández escribió:Muy bueno, Óscar. Lamenteblemente, a veces, para evitar problemas, para cohabitar e intentar ser feliz en esta corta vida, hay que meterse una broca en la sien como el pobre Maximillian Cohen.

Dime ¿hay datos autobiográficos ahí?

Prosa de calidad, precisa y rica en vocabulario, como siempre.

Saludos.

Veo que conoces bien la cinematografía de Darren Aronofsky. Todo lo que escribimos es autobiográfico, pero vamos, no era yo un niño prodigio. Lo que sí es rigurosamente cierto -y está en el origen de este relato- es que hubo un tiempo en que mi obsesión por el lenguaje era tal que llegaba a ver subtítulos en las conversaciones habladas. Esa enfermedad debe de tener un nombre.

Un abrazo, Mariano.


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Sopa de letras Empty Re: Sopa de letras

Miér Jun 10, 2015 11:41 pm
Yo estoy con Mariano, aquí hay algo que el autor ha puesto de él, es muy evidente. Pero, no creo que se dedique a las sopas de letras, me da a mí que no... Me gustó.


Abrazos.

_María

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La primera tarea del poeta es desanclar en nosotros una materia que quiere soñar.
Gastón  Bachelar.
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Sopa de letras Empty Re: Sopa de letras

Dom Jun 28, 2015 10:20 pm
María López escribió:Yo estoy con Mariano, aquí hay algo que el autor ha puesto de él, es muy evidente. Pero, no creo que se dedique a las sopas de letras, me da a mí que no... Me gustó.


Abrazos.

_María

Nunca he hecho sopas de letras, ni Sudokus, ni crucigramas, ni nada por el estilo. Aquí hay algo de mí como en cualquiera de mis relatos. Ni más ni menos.

Saludos, María.

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