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Perla encerrada
Miér Ene 27, 2021 9:29 am
Del escritorio de Perla.
"...Fuera de estas oficinas hay un pasillo. Detrás de la computadora, sentada, doy ojeadas a la puerta cuando se abre; se ve que hay una luz diferente allí.
Desde aquí se nota que es de otro color, más amarilla, da la impresión de que es más cálida incluso.
Cuando mis colegas ventilan las oficinas del olor a cigarro, que incluye la mía, se ve que allí hay unas cortinas verdes que van y vienen. Tiene ventanas; e imagino que cuando las cortinas bailan, es porque el sonido de las aves puede filtrarse al pasillo, entre aquellas.
Cuando el ruido de las teclas no me perfora las orejas, ni choca con los modestos pendientes que cuelgan de ellas, que sucede cuando bebo el café, me abstengo de pensar y escucho; puedo escuchar apenas, un cotorreo, o uno que otro pajarito, en el inmenso silencio vocal de las oficinas. Sin los aretes puestos, el maquillaje debido, o la sonrisa, escucho gritos. Y es entonces que prefiero no objetar y amargarme entre las teclas, aunque no sean de un piano, y estar bebiendo solo por dos segundos un dulce café en la mañana.
Pero una se adapta.
De nuevo estaré mirando al pasillo, y creyendo que hay aves y vegetación tras las ventanas de ese verde en las cortinas, teclearé. Haré a un lado la vista. Y haré de cuenta de que no estoy en la gran ciudad, donde las aves se mueren sin haber cantado por más de dos segundos en el gran apuro de sobrevivir..."
"...Fuera de estas oficinas hay un pasillo. Detrás de la computadora, sentada, doy ojeadas a la puerta cuando se abre; se ve que hay una luz diferente allí.
Desde aquí se nota que es de otro color, más amarilla, da la impresión de que es más cálida incluso.
Cuando mis colegas ventilan las oficinas del olor a cigarro, que incluye la mía, se ve que allí hay unas cortinas verdes que van y vienen. Tiene ventanas; e imagino que cuando las cortinas bailan, es porque el sonido de las aves puede filtrarse al pasillo, entre aquellas.
Cuando el ruido de las teclas no me perfora las orejas, ni choca con los modestos pendientes que cuelgan de ellas, que sucede cuando bebo el café, me abstengo de pensar y escucho; puedo escuchar apenas, un cotorreo, o uno que otro pajarito, en el inmenso silencio vocal de las oficinas. Sin los aretes puestos, el maquillaje debido, o la sonrisa, escucho gritos. Y es entonces que prefiero no objetar y amargarme entre las teclas, aunque no sean de un piano, y estar bebiendo solo por dos segundos un dulce café en la mañana.
Pero una se adapta.
De nuevo estaré mirando al pasillo, y creyendo que hay aves y vegetación tras las ventanas de ese verde en las cortinas, teclearé. Haré a un lado la vista. Y haré de cuenta de que no estoy en la gran ciudad, donde las aves se mueren sin haber cantado por más de dos segundos en el gran apuro de sobrevivir..."
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