- Óscar Bartolomé PoyFundador del ParnasoGenerador de debatePremio a la participación activa en el foroInsignia de oroDistinción al poeta que obtiene el reconocimiento de los demás compañerosPopularidadGalardón al poeta cuyos temas gustan a la comunidadMirmidónVeterano del foro
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Te quiero, dijiste
Jue Jul 16, 2015 12:19 pm
Nunca decía te quiero. Aquellas dos palabras eran un muro infranqueable para él. No es que fuera un cínico o un insensible, o que le gustase hacer sufrir a sus parejas negándoles aquello que tanto deseaban escuchar. Era más simple que todo eso, y a la vez, más complejo. Porque cuando empezaba a salir con una chica y, avanzada la relación, ella, dejándose arrastrar por un arrebato, le declaraba su amor, él no sabía qué responder, ni cómo. Tragaba saliva y la miraba con cara de circunstancias, y la pobre chica, anhelante de una réplica que la reafirmase en sus propios sentimientos, se disgustaba tanto que no admitía ninguna caricia o consuelo. Reconozcámoslo, a todos nos gusta oír el eco de nuestra voz en las voces de los que amamos, pero él era un espejo mudo para una voz alta y clara.
El silencio nunca es una buena respuesta, especialmente si te obligan a pronunciarte. Y ahí es donde radicaba su problema. El hecho de sentirse forzado le hacía vacilar de sus verdaderos sentimientos, y también de los de ella. ¿Por qué no podía ser todo más espontáneo? ¿Por qué las palabras tenían que estropear aquel momento mágico, de íntima unión? ¿Acaso los gestos de ternura y las miradas cómplices no lo dicen todo sin necesidad de otro lenguaje que no sea el del cuerpo? Las palabras mienten; los hechos hablan.
Tantas veces quiso decir “yo también te quiero”, sólo por darle gusto, pero no podía. Se hubiera sentido sucio, falso. Era como si le pusieran un esparadrapo en la boca y las palabras se le quedaran atoradas en la garganta, quemándole por dentro. ¿Qué le impedía satisfacer a su novia con aquella sencilla prueba de amor? No era diferente a dar el “sí, quiero” en una boda. Muchos lo hacen sin llegar a sentirlo, sólo por complacer a la otra persona. Pero él no era así. Decididamente, no lo era. No podía decir algo sin estar plenamente convencido de ello, y claro, nunca lo estaba. Tenía ya de por sí un carácter indeciso, y sus dudas aumentaban en los momentos críticos, cuando se veía obligado a tomar una decisión. Le aterraba la idea de empeñar su palabra. Si hacía una promesa era porque sabía que podía cumplirla.
Su sinceridad y honestidad le valieron muchos fracasos y rupturas, porque todos preferimos que nos digan lo que queremos oír antes que la verdad. ¿Qué sería de nosotros sin una dosis de autoengaño? La vida se nos haría insoportable. La mentira es la píldora mágica de la felicidad. Se dice que el amor es generoso, pero el amor no es más que un amarse a sí mismo mirándose en el otro. Por eso se habla de conquistar. Sería imposible, impensable, sin el ego.
Después de tantas amarguras, llegó un día en que conoció a una chica encantadora con la que desde el primer momento sintió una afinidad especial. En vista de los precedentes, y para evitar una nueva decepción, decidió, por primera vez en su vida, contravenir sus normas. Así que, armándose de valor, se le declaró, anticipándose a ella:
–Te quiero, Lisa –le dijo con voz trémula, tomándole de la mano.
–Gracias –repuso ella tras un largo e incómodo silencio, y esbozando una sonrisa tensa y nerviosa, añadió: –Eres un encanto. – No sabía dónde mirar del embarazo.
Él quiso ocultar la cara entre sus manos y llorar de la vergüenza, o salir corriendo inmediatamente de allí, pero en lugar de eso sonrió como un tonto y le respondió:
–Gracias a ti, mi amor.
El silencio nunca es una buena respuesta, especialmente si te obligan a pronunciarte. Y ahí es donde radicaba su problema. El hecho de sentirse forzado le hacía vacilar de sus verdaderos sentimientos, y también de los de ella. ¿Por qué no podía ser todo más espontáneo? ¿Por qué las palabras tenían que estropear aquel momento mágico, de íntima unión? ¿Acaso los gestos de ternura y las miradas cómplices no lo dicen todo sin necesidad de otro lenguaje que no sea el del cuerpo? Las palabras mienten; los hechos hablan.
Tantas veces quiso decir “yo también te quiero”, sólo por darle gusto, pero no podía. Se hubiera sentido sucio, falso. Era como si le pusieran un esparadrapo en la boca y las palabras se le quedaran atoradas en la garganta, quemándole por dentro. ¿Qué le impedía satisfacer a su novia con aquella sencilla prueba de amor? No era diferente a dar el “sí, quiero” en una boda. Muchos lo hacen sin llegar a sentirlo, sólo por complacer a la otra persona. Pero él no era así. Decididamente, no lo era. No podía decir algo sin estar plenamente convencido de ello, y claro, nunca lo estaba. Tenía ya de por sí un carácter indeciso, y sus dudas aumentaban en los momentos críticos, cuando se veía obligado a tomar una decisión. Le aterraba la idea de empeñar su palabra. Si hacía una promesa era porque sabía que podía cumplirla.
Su sinceridad y honestidad le valieron muchos fracasos y rupturas, porque todos preferimos que nos digan lo que queremos oír antes que la verdad. ¿Qué sería de nosotros sin una dosis de autoengaño? La vida se nos haría insoportable. La mentira es la píldora mágica de la felicidad. Se dice que el amor es generoso, pero el amor no es más que un amarse a sí mismo mirándose en el otro. Por eso se habla de conquistar. Sería imposible, impensable, sin el ego.
Después de tantas amarguras, llegó un día en que conoció a una chica encantadora con la que desde el primer momento sintió una afinidad especial. En vista de los precedentes, y para evitar una nueva decepción, decidió, por primera vez en su vida, contravenir sus normas. Así que, armándose de valor, se le declaró, anticipándose a ella:
–Te quiero, Lisa –le dijo con voz trémula, tomándole de la mano.
–Gracias –repuso ella tras un largo e incómodo silencio, y esbozando una sonrisa tensa y nerviosa, añadió: –Eres un encanto. – No sabía dónde mirar del embarazo.
Él quiso ocultar la cara entre sus manos y llorar de la vergüenza, o salir corriendo inmediatamente de allí, pero en lugar de eso sonrió como un tonto y le respondió:
–Gracias a ti, mi amor.
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Re: Te quiero, dijiste
Dom Feb 07, 2016 7:56 pm
Me gustó mucho tu relato, Óscar, es un tributo a la timidez y a la dubitación, esas vacilaciones que nos acechan siempre tras tantos espejos en los que nos ocultamos y nos queremos reflejar; es un placer escuchar tus palabras. Un saludo!
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Re: Te quiero, dijiste
Lun Feb 08, 2016 10:15 am
Bienve escribió:Me gustó mucho tu relato, Óscar, es un tributo a la timidez y a la dubitación, esas vacilaciones que nos acechan siempre tras tantos espejos en los que nos ocultamos y nos queremos reflejar; es un placer escuchar tus palabras. Un saludo!
Gracias por dejarme tu comentario. Me alegro de que te haya gustado mi relato. Como ves, en este foro también hay espacio para la prosa. Si quieres compartir alguna obra en narrativa, que sepas que será bien recibida y valorada como es debido.
Un abrazo.
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