La existencia despojada de su ser

Me angustia pensar en la nada,
no en la muerte ineluctable
que a todos nos aguarda al final,
sino en lo que implica el morir
-el vacío, la ausencia de todo, la inmanente vacuidad-,
el pensamiento de que ya nada existe,
ni existió, ni existirá jamás
-aunque la vida siga para otros,
¡qué contradicción!-

¿Cómo puede dejar de ser lo que un día fue,
lo que nació siendo, la existencia despojada de su ser?
¿Cómo puede avanzar el tiempo sin mí,
si el tiempo nació conmigo, si yo lo creé
y lo vi morir?

Pensar en la nada es un cortocircuito,
un colapso mental, un fallo en el sistema,
una enfermedad silenciosa, la inmortal mortalidad.

Dime, ¿cómo es posible que acabe lo que nunca empezará?
No fuimos programados para ser conscientes
de nuestra breve inmensidad.

Es una idea tan ajena a toda experiencia humana,
tan inconcebible e inabarcable, que mi imaginación
se niega a imaginar. Nacemos siendo algo, y la nada
es la negación de la única certeza que conocemos:
el ser, el estar, seres sintientes emplazados
en el aquí y el ahora.

La nada es ausencia de dolor, sí,
pero el dolor es precisamente aquello que nos hace estar vivos
y no sucumbir a esta inefable y alienante sensación de finitud.