El río-.

Ya nada pasa.
Si acaso, cien sombras
con sus terribles penachos
sobre campos extintos y
desolados. Que duermen
su maraña de pechos,
entre lágrimas y sótanos.
Como acero, la dama blanca
solloza en la alameda, quieta.

Descubrí tu corazón
en el rocío de la primavera.
Lengua vernácula, tu formación
en sales y diamantes. La razón
dormía, brillantes fulgiendo
en la noche titubeante y grosera.
Dos brazos que reman, la confusa
mañana de seda.

©

Hay algo medieval y a la vez romántico, como un pasado que se añora, en este poema delicado que se lee con fruición y sumo agrado. Ha sido un placer recorrer tus versos.

Saludos.

Gracias Óscar, la verdad es que quise realzar la soledad de este paraje poético, con algunos atributos puramente románticos. Un saludo cordial y me alegra que te gustara-.