MUJER MALTRATADA

Las emociones me hicieron perder el norte,
la razón y la objetividad se nublaban cada vez más...
Iba a todas las direcciones acumulando miles de errores.
No pensaba los pasos que daba; tenía la cabeza colapsada.
Esperaba recibir lo mismo que daba; mi buena fe me ganaba.

Empezaron los puñales por la espalda, las decepciones llegaban…
Estaba con las personas equivocadas… aunque yo las amaba,
Ellos ni con sus argumentos se esforzaban;
Siempre escuchaba las mismas palabras: se quejaban y me culpaban…
Sin darme cuenta, poco a poco, mi alma se apagaba.

Manipulaban mis emociones, jugaban sucio con mis valores,
me pedían favores y dinero a cambio de discusiones.
Yo siempre era la mala, la víctima y la juzgada.
Explicarles cómo me afectaba era un error que acumulaba.
Me gritaban, me reprochaban, me pegaban, me desvalorizaban…

No me respetaban y yo seguía ahí; esperaba y lo normalizaba,
y nunca cambiaba nada, a solas en mi habitación lloraba.
Trataba de comprender, pensando y sufriendo, por qué me hacían esto.
Trataba de comprender lo que no me dejaban hacer, no permitir esto.
No tenían remordimientos de nada; por mi respeto luchaba.

No me apartaba de ellos… mi personalidad se suicidaba.
Mis valores perdían en cada paso su elegancia,
perdían la eficacia. No los dejaba guardaditos en casa, no,
los utilizaba de coraza, los utilizaba de escudo y de espada,
y así lo empeoraba y no solucionaba nada.

Mi alma, muy asustada, estaba desesperada…
Buscando, perdida por las emociones, la calma que no le daba.
No entendía qué narices me pasaba; qué rabia me daba…
Mi cabeza estaba tan desordenada, mi vida tan desorganizada.
Siempre estaba en estado de alerta, y eso me agotaba.

A mi mente no la escuchaba y mi corazón lloraba...
Solo escribía para mí misma sobre lo perdida que estaba.
Era mi forma de descargar la mochila que tanto pesaba.
No sé por qué no me daba la gana cambiar nada; me excusaba,
me equivocaba otra vez y aún más me frustraba.

El emprendimiento era lo que me salvaba...
Mi trabajo me apasionaba, profesionalmente me superaba,
eso también aún lo respetaba, me calmaba, me aliviaba,
y después, de nuevo, la realidad me apuñalaba.
Ellos siempre se quedaban, y ella ya no estaba.

Era una mujer maltratada y no lo aceptaba.
No podía mencionar ni la palabra y, así, yo misma me humillaba.
Horroroso fue reconocer lo poco que me respetaba,
lo poco que me amaba; mi autoestima me necesitaba.
No me recordaba, no me encontraba…

Me costó la vida reconocer que era una mujer maltratada.
Me costó la vida aceptar y decirme a mí misma que me perdonaba.
La situación me superaba, mis emociones ya no gestionaba.
No tenía el valor de reconocer, o más bien aceptar,
que era una mujer maltratada.

Qué dura batalla, en mi poesía la herida ahora ya está

SANADA.

Gracias a todos por leerme