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NOCHE DE DIFUNTOS
Dom Nov 03, 2024 12:29 pm
NOCHE DE DIFUNTOS
Con los años había adquirido el aspecto de un tronco seco. La espalda rígida, los miembros huesudos y arrugados tal que ramas sin hojas, y los ojos, dos agujeros oscuros en los que podía esconderse cualquier alimaña de pesadilla.
Esa era la noche en que todo cambiaría. Salió de la choza a la calle en dirección al bosque. La calle, por supuesto, estaba desierta. Era habitual que todos huyeran al notar su presencia. «No importa», se decía, pero en el fondo se sentía indignado y rabioso.
Como un depredador, caminaba despacio y en silencio. Él tenía muchas habilidades que nadie le reconocía, y en esa Noche de Difuntos haría realidad su afán de ser admirado y aclamado.
Estuvo un buen rato andando hasta que distinguió una pequeña cueva y decidió que ése iba a ser el lugar. Se sentó con la espalda pegada a la roca a esperar la medianoche y a los pocos momentos se quedó traspuesto.
El sol declinaba y apareció bajo los poblados cedros. Pudo ver en su duermevela el contraluz de unas figuras que pasaban muy cerca. Eran lobos. Le gustaban los lobos. Todos los miembros eran parte de un grupo. Él podía haber sido el macho alfa de aquellos lobos. Era completamente amoral, tenía constancia y era ladino y astuto, muy astuto. Lo que más placer le ofrecía era hostigar desde la clandestinidad a los (que él consideraba) prepotentes vecinos sin que nadie le descubriera el delito. Eran tan simples. Siempre tenía una buena coartada para parecer inocente, es más, podía quedarse completamente indiferente mientras culpaban a otro a causa de sus mezquindades.
Abrió los ojos. El crepúsculo había dado paso a la oscuridad. Sacó de su bolsa yesca, una poca madera y encendió una pequeña hoguera. Después, con mucho cuidado, extrajo también el libro que habían custodiado tan celosamente en la biblioteca del monasterio. Un libro de sortilegios maldito. Rió para sí. El robo del objeto había sido pagado con la prisión perpetua del sastre. Aún recordaba cómo una y otra vez el hombrecillo se había negado a coserle sus túnicas. Pensó satisfecho que ahora ya no estaba en posición de coser para nadie.
Fijó los ojos en las palabras del conjuro. Sus labios se separaron para empezar a pronunciarlas y se volvieron a cerrar en una fina línea de disgusto. A lo lejos vio una luz que se acercaba a la cueva. No. Era una hilera de luces, le parecieron antorchas humeantes que se separaban iluminando levemente la bruma del bosque.
Le sacudió un escalofrío. Pensó en huir pero su cuerpo estaba demasiado rígido para moverse con rapidez. Sintió un fuerte olor a azufre justo antes de que recibiera el primer impacto. No tuvo tiempo ni de asumir lo que ocurría, pues uno a uno, los espectros indiferentes a su mísera presencia fueron pasando a través de su cuerpo hacía el portal que abría el libro maldito y que los devolvería a su oscura morada.
El hombre ladino, astuto y completamente amoral aulló. Aulló largamente el dolor mientras era atravesado por el frío mortal que emanaba de aquellos seres espectrales. Aulló como haría un lobo para reunir a su grupo. Solo que él nunca lo tuvo y ése fue precisamente su último pensamiento. Aulló hasta que se hizo el silencio en la Noche de Difuntos.
NS
[CC] BY NC-ND
Con los años había adquirido el aspecto de un tronco seco. La espalda rígida, los miembros huesudos y arrugados tal que ramas sin hojas, y los ojos, dos agujeros oscuros en los que podía esconderse cualquier alimaña de pesadilla.
Esa era la noche en que todo cambiaría. Salió de la choza a la calle en dirección al bosque. La calle, por supuesto, estaba desierta. Era habitual que todos huyeran al notar su presencia. «No importa», se decía, pero en el fondo se sentía indignado y rabioso.
Como un depredador, caminaba despacio y en silencio. Él tenía muchas habilidades que nadie le reconocía, y en esa Noche de Difuntos haría realidad su afán de ser admirado y aclamado.
Estuvo un buen rato andando hasta que distinguió una pequeña cueva y decidió que ése iba a ser el lugar. Se sentó con la espalda pegada a la roca a esperar la medianoche y a los pocos momentos se quedó traspuesto.
El sol declinaba y apareció bajo los poblados cedros. Pudo ver en su duermevela el contraluz de unas figuras que pasaban muy cerca. Eran lobos. Le gustaban los lobos. Todos los miembros eran parte de un grupo. Él podía haber sido el macho alfa de aquellos lobos. Era completamente amoral, tenía constancia y era ladino y astuto, muy astuto. Lo que más placer le ofrecía era hostigar desde la clandestinidad a los (que él consideraba) prepotentes vecinos sin que nadie le descubriera el delito. Eran tan simples. Siempre tenía una buena coartada para parecer inocente, es más, podía quedarse completamente indiferente mientras culpaban a otro a causa de sus mezquindades.
Abrió los ojos. El crepúsculo había dado paso a la oscuridad. Sacó de su bolsa yesca, una poca madera y encendió una pequeña hoguera. Después, con mucho cuidado, extrajo también el libro que habían custodiado tan celosamente en la biblioteca del monasterio. Un libro de sortilegios maldito. Rió para sí. El robo del objeto había sido pagado con la prisión perpetua del sastre. Aún recordaba cómo una y otra vez el hombrecillo se había negado a coserle sus túnicas. Pensó satisfecho que ahora ya no estaba en posición de coser para nadie.
Fijó los ojos en las palabras del conjuro. Sus labios se separaron para empezar a pronunciarlas y se volvieron a cerrar en una fina línea de disgusto. A lo lejos vio una luz que se acercaba a la cueva. No. Era una hilera de luces, le parecieron antorchas humeantes que se separaban iluminando levemente la bruma del bosque.
Le sacudió un escalofrío. Pensó en huir pero su cuerpo estaba demasiado rígido para moverse con rapidez. Sintió un fuerte olor a azufre justo antes de que recibiera el primer impacto. No tuvo tiempo ni de asumir lo que ocurría, pues uno a uno, los espectros indiferentes a su mísera presencia fueron pasando a través de su cuerpo hacía el portal que abría el libro maldito y que los devolvería a su oscura morada.
El hombre ladino, astuto y completamente amoral aulló. Aulló largamente el dolor mientras era atravesado por el frío mortal que emanaba de aquellos seres espectrales. Aulló como haría un lobo para reunir a su grupo. Solo que él nunca lo tuvo y ése fue precisamente su último pensamiento. Aulló hasta que se hizo el silencio en la Noche de Difuntos.
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Re: NOCHE DE DIFUNTOS
Dom Nov 03, 2024 6:24 pm
Que bueno y qué miedo
no sabía que hacías relatos también.
Eres muy polifacética, Nuria
enhorabuena, he pasado un rato
muy ameno en tu compañía.
Un abrazo fuerte desde Valencia.
no sabía que hacías relatos también.
Eres muy polifacética, Nuria
enhorabuena, he pasado un rato
muy ameno en tu compañía.
Un abrazo fuerte desde Valencia.
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Re: NOCHE DE DIFUNTOS
Dom Nov 03, 2024 7:24 pm
Muchas gracias, Miguel, me alegra que te haya gustado el relato. Un abrazo!
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