El sonido de las caracolas

EL SONIDO DE LAS CARACOLAS


En el techo no hay palomas:
sólo ingenuas nubes sucesivas.
Y más lejos, por encima
de la estrella definitiva que guarda
las razones ultimas del Universo, los dioses,
que atienden asuntos de su incumbencia,
ajenos a las urgencias de criaturas ya olvidadas.

Pero bajo la ventana de esta vieja casa
que obsequia amables crujidos
y perfume de silencio, puedo ver
al niño que fui entre el juego y el sueño,
más sin saber nunca el porqué de la rosa
y la tristeza, el sonido de las caracolas
o la luz de los gusanos en el bosque,
y que luego, ardido de juventud,
caminó tras la bandera imaginaria
que prometía sangre y gloria,
amor y desolación en aguas nuevas,
o el horizonte helado que pude ver
en tus ojos de consuelo y desafío.
Tuya ha sido la última victoria.

No hay dolor por la ausencia ni tristeza
por esta soledad de hierro; me enseñaste
a mirar más lejos del camino agotado
por el tiempo, del que guardo los pájaros
y tus pasos, y la esperanza de verte
desde la proa de un velero que navegue
las montañas, o a lomos del caballo
que nunca dejará huella en la nieve del jardín.

Muy buen poema, de sesgo y corte romántico. ¿Por qué será, o a mí al menos me lo sugiere, que siempre que tratamos de hablar de un amor antiguo o pasado, nos retratamos con imágenes, como poetas, de nuestra propia infancia? Un saludo, Pablo!

Quizás porque esos amores, como muchos otros sentimientos que imprimieron nuestro carácter más iíntimo, se forjaron cuando eramos magma y no piedra.