Diamantes en la cripta

DIAMANTES EN LA CRIPTA

Blancas cumbres
del mar en octubre. El sol
tardío deja estrellas
en las solapas de los cadáveres
profundos y verdes.

Entre el ocaso y la Luna, las sirenas
(cuerpo de acero, ojos sin memoria)
fuman y aguardan, farolas del malecón,
a quien todavía puede ver
el cielo en una mentira: viven
de pie ante las sombras que suenan
como lentos aullidos de timbales.

Las siluetas no se reconocen en las alamedas
vestidas de cobre, entre verjas herrumbrosas,
donde brillan los guijarros como calaveras
a la extraña luz de relámpagos y automóviles:
orvalla una suite de Bach.

No es cansancio lo que siento
después de tanto camino hecho
hacia la noche, sino pena; La nieve
ha cegado los dulces ojos de una garza
cualquier día aciago del invierno.
La sangre impidió la perfección
de un jazmín, y la mañana es cruel
si oculta la felicidad de un sueño.

En la profundidad de la lápida brilla
lo inmortal, y en su silencio las palabras
y los signos, las horas sin reloj,
la boca donde nacen los suspiros:
todo lo que a pesar mío he sido,
y lo que nunca podré ser. Mi vida toda
navegará ese desierto cualquier otoño.
Mi vida, si, pero no tu nombre.
Pero no tu nombre.

Precioso Pablo. Con tu especial ternura, que en tus palabras es ternura poética.
Y sabiendo mirar más allá de los ojos.
Traes los recuerdos en una línea atemporal que va del ayer al mañana en este ahora.
Con la felicidad de un sueño.

Muchas gracias, Ulises. Me siento abrumado por tus comentarios, ya que pienso que son inmerecidos. Solo intento hacer una poesía digna del que la quiera leer.