Un nregalo

XLVII


Que fue de aquel súbito parpadeo,
un humilde reflejo dorado entre la lujuria
de la joyería que tampoco existe ya.
Debía ser un amuleto capaz contra el tiempo
gris que hasta entonces nos sucedía
como el viento molesto y sin sabor, vacío
de latidos, emociones y sueños.

Llenaste con él al cuello horas
de palabras y silencios, de indecisiones
y miradas, adonde vamos, donde tu quieras,
cuelga tu, no, tu, pañales de un amor
recién nacido, y luego vuelta a dormir
con el afán de encontrarnos esta vez
en un sueño de placeres prohibidos.

Como un hombre no puede vivir
fuera de los límites de su destino,
reses en el redil de un augusto cíclope,
así tampoco un simple pendentif
puede evitar la muerte del amor,
tan bello y tan frágil como la esfera de jabón
que existe solo en un instante de luz.

Se engaña la voluntad cuando espera
el retorno de lo ido. Solo un jazmín,
una fulguración en la noche que agota
el horizonte, puede confundir el alma
y hacerla sonreír. Luego el día dijo
que una piedra de luna, una trenza de algas
o quizás una cuenta de agua, podrán mostrarse

orgullosas en tu escote; más ya no aquel canto
puro del ruiseñor que despierta agradecido,
el mar y su extenso silencio, el aliento del aire
impregnado al pasar por los naranjos o el susurro
de la lluvia mansa en el cristal cualquier atardecida,
que rescaté para ti de un escaparate,
los días que fuimos jóvenes y azules..

Preciosas reminiscencias. Viven en tí y se oyen palpitar. Junto al azul sereno

Gracias Ulises.