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Gustavo Valcárcel - Carta a Violeta
Dom Jun 14, 2015 8:30 pm
A Ana María e Ignacio MAGALONI
Te escribo desde tu propio hogar
Ciudad de México, 19 de noviembre,
enfermo como estoy en nuestra cama vieja
sintiendo despeñárseme la sangre
en pos de ti, río inacabable.
Sobre la almohada, a mi lado,
tibio yace tu último sueño
ahora en cambio la ciudad acoge
tu vehemencia de ola, tu vigilia de amor,
recorriendo el pan nuestro
que hoy día te lo debemos todos.
Antes yo te escribía desde mi juventud
convertida en un gran reloj de cárcel
en romance de piedra, en pasto policial,
en tristeza y tristeza de mis ojos proscritos.
Incomunicado, entonces te escribía
desde una celda o cueva
donde tu nombre era lo único viviente.
Luego seguí escribiéndote
desde Antofagasta, frente al Mar Pacífico,
desde Puerto Barrios, frente al Mar Atlántico,
desde Oaxaca, frente al tiempo,
desde ti, frente al cielo, en la orilla del mundo.
Y aun cuando te miran mis hijos fijamente
me parece que son frases sus miradas
de un alfabeto que fui incapaz de escribir.
Después de tantos meses de silencio
sentí esta mañana el deseo de escribirte
de escribirte una cosa muy sencilla:
para tanto amor, hemos sufrido poco
para tanto amor, hemos hablado poco
para tanto amor, no hemos vivido nada.
Vivir – ¿me oyes? –, vivir un día nuevo
en el que nadie nos persiga
ni nadie nos embargue
ni se nos corte la luz por unos pesos
ni se nos acuse de extranjeros.
Vivir un día nuevo
en que trabajemos sin lágrimas ni odios
pudiendo sentirnos camaradas de todos
y en el que por fin nos sea devuelto
el Perú de tus entrañas, nuestro Perú del llanto
Vivir –¿me oyes?–, vivir un día nuevo
en el que la verguenza no nos astille el ojo
como cuando se enteran nuestros hijos
de esta paternal orfandad de dos monedas.
Vivir un día nuevo. Un día, en suma,
en el que podamos cantar todos los hombres
después de sentarnos en la yerba
a jugar a la comidita
–como dice nuestra hija–
sin que a nadie le falte que comer.
Sobre esta nueva vida deseaba escribirte
ahora que marchaste temprano a rescatar
nuestros libros del camarada Lenin
nuestros cuadros de Flores y Gutiérrez
y tu reloj y mi reloj embargados por los mercaderes.
Desde la calle me llega
el gorjeo de nuestros pequeños peregrinos
la sinfonía de la clase obrera
el clamor del mundo.
Estoy enfermo, solo, y este quinto piso
parece un subterráneo sin ustedes.
¿No demorarás?
Sobre la almohada, a mi lado,
tibio yace tu último sueño.
Encargo a mis versos una rosa para él
pero hasta la flor de la palabra
cuando quedo solo
no puede olvidar la espina
del tiempo que sufrí.
Ven pronto, cielo junto al cielo,
surca calles, vuelas plazas,
sube corriendo los pisos de nuestra altísima pobreza.
Aquí te espero, en esta cama vieja,
que tanto tiene de mí,
de tus sueños cercanos, de tus cartas lejanas,
de nuestros desvelos por los compañeros
los presos del Perú y el mundo
los perseguidos del Perú y el mundo
los explotados del Perú y el mundo.
Ven pronto, estrella y mar, música terrestre
aquí te espero y mientras llegas
empezaré a amar el porvenir
hecho luz entre tus ojos
pan en las manos de los niños
leche en tus senos, ala en tu voz,
verso en tu cuerpo, rayo en tus labios
eternidad en tu grito de gran madre
rosa roja en tu pasión de comunista
y alba en todo lo tuyo que me estoy llevando al sueño.
Escribiéndote duermo, camarada,
seguro de que, al despertarme, juntos
gozaremos el resto de la lucha
tomados de la mano hasta que caiga yo
hasta que quepan mis huesos en la tierra nuestra
hasta que mi sangre se despeñe en ti
río inacabable, vida, vida . . .
Gustavo Valcárcel.
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