Camina solitario

Camina solitario como el vaivén de una ola
sin esquinas que redondeen su desnudez.
En esta orilla solícita todo mar es gentil y toda
oda cae de espuria. No hay necedad en el batir
de la espuma, por más que los acantilados rompan
pábilos de estrellas y la noche se acurruque
como una cresta de gallo.

Todo arranca con el silbido del tren
y su rodar metálico y su humo metafísico.
Las maletas se deshacen en hoteles
de neón y las piernas se apean solas,
sin estribos ni pináculos. El viajero
no lleva alforjas a la batalla ni aristas
que le arañen los bolsillos.

Es austera la ecuanimidad del terciario,
con su vena agostada y su pobre
mansedumbre de animal doméstico.
¿Y qué me dices de la lluvia esquelética
que danza en las farolas como un perro
sin raza? En la oscuridad bulbosa,
incluso las costillas tienen alas.

Hay moradas más urgentes que la nieve
y anatemas sangrantes y llaves que sólo
abren colirios en la tundra. Duele en la
boca el aliento empenachado y duele
también en las vísceras sin plumas.
Nunca un pálpito desfloró a una vestal
ni un suicida rebañó la pólvora. Tu
silencio está en la equidad del silbato,
en la travesía imponente de la hélice
que amenaza con partir el cielo
en fósforos de nata.

Y el sol que se esconde en el maléolo
de las muchachas de tez oscura como
una música rala y afrutada.

Todo beso es el embrión de una naturaleza
aterradora; en el amor se alfombra la sordidez
del firmamento, su fría atmósfera azul sin
glaucoma. No hay fronteras en el desierto,
si acaso un oasis hermafrodita. Visiones
de arena y sal. Espejismos fluctuantes. El
destino se incuba como un feto fosilizado
o una larva sin mandrágora ni esquejes;
en cada autopista, racimos cromáticos
y encrucijadas de cuervos.

¿Qué hay más honesto que la muerte?
¿Qué hay más real que el vacío?
Sólo el dolor que nos recuerda lo que somos,
y lo que somos es lo que fuimos.
Nada.

Óscar Bartolomé Poy escribió:Camina solitario como el vaivén de una ola
sin esquinas que redondeen su desnudez.
En esta orilla solícita todo mar es gentil y toda
oda cae de espuria. No hay necedad en el batir
de la espuma, por más que los acantilados rompan
pábilos de estrellas y la noche se acurruque
como una cresta de gallo.

Todo arranca con el silbido del tren
y su rodar metálico y su humo metafísico.
Las maletas se deshacen en hoteles
de neón y las piernas se apean solas,
sin estribos ni pináculos. El viajero
no lleva alforjas a la batalla ni aristas
que le arañen los bolsillos.

Es austera la ecuanimidad del terciario,
con su vena agostada y su pobre
mansedumbre de animal doméstico.
¿Y qué me dices de la lluvia esquelética
que danza en las farolas como un perro
sin raza? En la oscuridad bulbosa,
incluso las costillas tienen alas.

Hay moradas más urgentes que la nieve
y anatemas sangrantes y llaves que sólo
abren colirios en la tundra. Duele en la
boca el aliento empenachado y duele
también en las vísceras sin plumas.
Nunca un pálpito desfloró a una vestal
ni un suicida rebañó la pólvora. Tu
silencio está en la equidad del silbato,
en la travesía imponente de la hélice
que amenaza con partir el cielo
en fósforos de nata.

Y el sol que se esconde en el maléolo
de las muchachas de tez oscura como
una música rala y afrutada.

Todo beso es el embrión de una naturaleza
aterradora; en el amor se alfombra la sordidez
del firmamento, su fría atmósfera azul sin
glaucoma. No hay fronteras en el desierto,
si acaso un oasis hermafrodita. Visiones
de arena y sal. Espejismos fluctuantes. El
destino se incuba como un feto fosilizado
o una larva sin mandrágora ni esquejes;
en cada autopista, racimos cromáticos
y encrucijadas de cuervos.

¿Qué hay más honesto que la muerte?
¿Qué hay más real que el vacío?
Sólo el dolor que nos recuerda lo que somos,
y lo que somos es lo que fuimos.
Nada.

Todo el poema es desesperanzado y doloroso. Las imágenes sin embargo son esplendentes y ricas, quizás porque tu lenguaje es vasto y descriptivo; he viajado por el mundo versal que construyes de cosas inimaginables, mientras te leía, y en cada repetición de la lectura se descubren nuevas imágenes.
El final es perfecto aunque me ha dejado abatida. La muerte es la única certeza de la vida, por eso no hay nada más honesto que ella, parece que a la vida le va bien el sarcasmo.
Nunca somos más de lo que fuimos, porque el presente es tan dinámico e inestable que parece que no existe, una idea solamente, eso es el presente.

Marisol,

en efecto, éste es un poema rico en metáforas. Lo escribí hace ya algún tiempo y lo tenía guardado, quizá para alguna ocasión especial. Le tengo especial consideración. Todo conduce a la última estrofa, que en verdad tiene un tono muy desesperanzador y existencialista.

Abrazos faetónicos.

Óscar Bartolomé Poy escribió:Camina solitario como el vaivén de una ola
sin esquinas que redondeen su desnudez.
En esta orilla solícita todo mar es gentil y toda
oda cae de espuria. No hay necedad en el batir
de la espuma, por más que los acantilados rompan
pábilos de estrellas y la noche se acurruque
como una cresta de gallo.

Todo arranca con el silbido del tren
y su rodar metálico y su humo metafísico.
Las maletas se deshacen en hoteles
de neón y las piernas se apean solas,
sin estribos ni pináculos. El viajero
no lleva alforjas a la batalla ni aristas
que le arañen los bolsillos.

Es austera la ecuanimidad del terciario,
con su vena agostada y su pobre
mansedumbre de animal doméstico.
¿Y qué me dices de la lluvia esquelética
que danza en las farolas como un perro
sin raza? En la oscuridad bulbosa,
incluso las costillas tienen alas.

Hay moradas más urgentes que la nieve
y anatemas sangrantes y llaves que sólo
abren colirios en la tundra. Duele en la
boca el aliento empenachado y duele
también en las vísceras sin plumas.
Nunca un pálpito desfloró a una vestal
ni un suicida rebañó la pólvora. Tu
silencio está en la equidad del silbato,
en la travesía imponente de la hélice
que amenaza con partir el cielo
en fósforos de nata.

Y el sol que se esconde en el maléolo
de las muchachas de tez oscura como
una música rala y afrutada.

Todo beso es el embrión de una naturaleza
aterradora; en el amor se alfombra la sordidez
del firmamento, su fría atmósfera azul sin
glaucoma. No hay fronteras en el desierto,
si acaso un oasis hermafrodita. Visiones
de arena y sal. Espejismos fluctuantes. El
destino se incuba como un feto fosilizado
o una larva sin mandrágora ni esquejes;
en cada autopista, racimos cromáticos
y encrucijadas de cuervos.

¿Qué hay más honesto que la muerte?
¿Qué hay más real que el vacío?
Sólo el dolor que nos recuerda lo que somos,
y lo que somos es lo que fuimos.
Nada.

El poema es devastadoramente desolador, no cabe ni un ápice de esperanza, parece un paisaje de Mad Max...es increíble el flujo de constantes imágenes cada cual más sorprendentes, el universo de metáforas que lo encarna, hacen que se lea con un ritmo vertiginoso. La estrofa final subraya el mensaje, y sì, el dolor nos recuerda lo que somos, constantemente, en ese caminar solitario.

Abrazo

_María

María,

éste es un poema dolorosamente existencialista, como no podía ser de otra manera, porque vivir es desgarrarse por dentro. Sin embargo, si nos atenemos al Libro del Tao o al Libro tibetano de los muertos -el Bardo Thodol-, el vacío no es la nada. Eso es, cuando menos, esperanzador.

Un abrazo.