Te escribo

Conservabas en el viento de tu aurora,
las semillas de aquel tácito verano,
anemócoras, que al mirarte despegaban
germinando en mil lugares.
Y como casi cada noche,
tu mirada lunar proyectaba en los cristales,
los reflejos del recuerdo de esos días.
Mientras que en la distancia,
bandadas de vencejos emigraban cada otoño,
guiados por los terpenos de tu cuello,
y el polen de tus caderas invocaba a las valquirias.
“Neumática” habría suspirado el mismo Huxley,
observándote desnuda en los jardines de Valencia,
en los que la anisotropía de tu cuerpo,
hacía florecer a los naranjos.
Tu risa era el silencio de la guerra,
el noúmeno medroso que se esconde,
“excesivo” se habría resignado algún esteta,
mientras clasificaba tus detalles.
Tú eras diferente a todo aquello conocido,
y aunque me miraras, no sabría como hablarte,
quizá será por eso que te escribo.