Niño, de nuevo-.

Pero ya no soy joven,
ni crío, ni soy hijo,
ni vetusto padre o madre
famélica que amamanta
a sus niños. No, no lo seré
nunca. Pues nunca lo he sido.
Y echo de menos esa sensación
que puebla las noches en el barranco
o el aire que golpea la cara de los que
se aventuran en mitad del atardecer.
Las calles, son solitarias, no amanece
en ellas. E inserto aquí, queda
ese extraño devenir de los recuerdos,
condenados a perseverar en su angustioso
columpio oxidado. Pero sigo
amando, la noche, los campos de amarillas
flores, las plazoletas resguardadas del frío,
o el encanto de los marisqueros en su poltrona
divina. Y vuelvo a ser niño. Sí, y mi piel
estremece la noche con su contacto ingenuo e ignorante,
de experiencias hecho. Mi lecho
va contra corriente. Y se estremece la noche.
Gigantes la pueblan, la asedian. Pero
son solamente niños. Que juegan, que inventan,
que profanan el silencio dominante, que exhiben
tanto los puertos de las avenidas circundantes
como las aljibes extraviadas, abandonadas.
®

Otra vez escribes "aljibe" como si fuera femenino. Este poema me recuerda mucho al que publicaste hace poco, un ejercicio de melancolía que apela al pasado, un "amarcord". La añoranza desnuda el instinto, como en esas calles solitarias.

Saludos.

Ante todo, disculpa la tardanza en mi contestación, Óscar. En realidad, este poema lo escribí hace ya algún tiempo, y sin duda versa sobre esa melancolía remota que atraviesa el alma al comenzar la noche y el ocaso. Al menos, a mí me ocurre. Por lo demás, la feminización del sustantivo ''aljibe'', me traslada a mi infancia más lejana. Un saludo, y gracias por comentar de nuevo-.