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Óscar Bartolomé Poy
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Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi XIV) Empty Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi XIV)

Dom Jun 21, 2015 2:01 pm
<< Cul de sac:

Desando amores deseando caminos. Desoigo el rumor del agua por el cañaveral. Las acequias tienen zanjas, y en los pantanos hay caimanes. Dirimo la ecuanimidad del hipo y del tálamo. Atravieso sufijos. Prefijo la dimensión fractal del laberinto. Aminoro la marcha de las hormigas. Tengo la potestad de exhumar cunetas. Hoy no me rozan los ingletes. Hoy no se cruzan los tranvías ni circulan los pretéritos. (Y el beso de Espartaco y Varinia es clandestino.) Craso error. El sol es un ángulo obtuso, y los colores se mueven por el cielo como manchas de melocotón, como una diáspora de erizos. Entierro el genitivo sajón y el sentido común. Abro vías con una cánula a la moralidad. Paseo por sus angostos callejones de olor terrario. Apelo a la patria de las banderas. No estoy preocupado, porque sé que al final del camino siempre me espera una piedra de toque. La locura todo lo cura. Son más los locos que los genios. En un mundo-espejo, el loco es el cuerdo.

Compro calcetines a pares en días impares. Qué desoladora imagen la de esa bota abotonada y separada del pie izquierdo, de su otra y hermana bota. Así no podrá dar un paso a derechas, pues siempre se levantará con el pie izquierdo. Ni siquiera tiene un calcetín que la acompañe en su ruinosa soledad. Por eso compro calcetines a pares en días impares; para no caminar solo.

Nunca me acostumbro a que las páginas impares de un libro estén a la derecha, cuando la derecha es el 2, primer número par. Me gusta mirar la hora cuando el reloj marca las doce en punto, con todos sus ceros. 0:00.00. Cada día empieza con un baile de números; cada día es una carta de ajuste. Es como si pasara un ángel. Qué paradoja tan grande que los días empiecen de noche. Los grandes momentos se esconden en las pequeñas cosas, como ver ponerse a cero los dígitos del reloj.

El reloj de mi ordenador está parado en el 31 de diciembre de 2001, a las 23:01, a una hora escasa de Año Nuevo. Su memoria está dañada, como la mía. La memoria tiene bucles de los que no podemos salir. Los ordenadores también acunan recuerdos que gustan de revivir. Cada día es igual que el anterior, y sin embargo, no es el mismo. Cada repetición tiene el barniz de lo novedoso. Bienvenido, mi amigo, al día de la marmota.

Nunca me han interesado ni el bordado ni el tricotaje, pero siempre me han atraído los grabados Art Noveau de las cajas de costura; aquellas litografías en miniatura tan parecidas a las de Alphonse Mucha que de niño se me antojaban un cuento misterioso y algo siniestro. Me preguntaba qué tesoros ocultarían esas cajas antiguas: dedales de plata, agujas, tijeras, bobinas, hilos… y quizás algún astuto duende que hacía travesuras cuando nadie le veía, como llevarse un diente de leche y dejar una moneda bajo la almohada como pago a su avaricia.

Hay un orden para todo, incluso para los colores: cian, magenta, amarillo, negro. Ordeno los días según la cuña de las sandalias o las ubres de la vaca; a más altura, más jueves. En mi periplo por la demencia todos los lunes son martes. El domingo es advenedizo, y el viernes circunspecto. ¿Es demente o de menta? Vivo en una ciudad imbricada en escamas de titanio y nubes alcaloides, de vientre hundido y perfil escotado. (Bilbao, la ciudad de los hornos apagados, de las erectas chimeneas de ladrillos rojos, donde se cocina el sol a fuego lento y la noche siempre acecha.) Antígona es mi antagonista. Los colores viajan por el arco iris con la densidad del mercurio, como Dorothy y Totó. En el océano siempre existe la posibilidad de una isla o de una plataforma petrolífera. Detrás de la cortina hay una cara que me espía, como en ‘El arte de la pintura’ de Vermeer. El comunismo duerme en el mausoleo de Lenin como una adormidera o el hacha de una vela. En la estación de autobuses hay voces y pasos y perdigones. Ayer vi a un muchacho fumando en pipa. Un cuadro de Picasso no me habría impresionado tanto, ni un cóctel de Buñuel. (Épater le bourgeois.)

Hay anacronismos intolerables, como encontrarse una Biblia en la mesilla de noche de un hotel. (Como si el sexo pudiera ser beato.) O una flor en el cañón de la pistola. Me escudriñaba escondida en la manga de la camisa con cara de no haber roto un plátano. Mientras, yo clavaba chinchetas en la bota del faquir.

En este momento alguien estará hablando en japonés en algún lugar de mi ciudad de escamas de titanio y nubes alcaloides, pero no es un japonés (habitante de Japón) el que habla, y desde luego no eres tú, porque nunca supiste hablar japonés, aunque conocías todos mis lenguajes e incluso la jerga impronunciable de mi sexo.

En la búsqueda de tu nombre a veces me tambaleo como el péndulo del zahorí, y caigo de bruces, desorientado, con esa desorientación que a veces sientes cuando te levantas bruscamente de la cama y no sabes dónde estás. Para salir indemne de la memoria se necesita una cámara de descompresión. La reordenación molecular de las palabras es mi especialidad. Por eso la mitad del tiempo no sé ni lo que digo.

Ante ti me siento indefenso, desarmado, como un niño ante el médico, y no me salen las palabras. ¿Cómo podría negarte una caricia si me la pides con esos ojitos de nube enamorada? A todo digo sí. Soy dócil a la hegemonía de tu mano cuando me abres caminos en la piel para acortar la distancia del abrazo. (Pero no te confíes, pues sabes que puedo ser mar bravío en el delta de tus muslos y erguirme como un farallón en medio de la tempestad.) Puedo ser ordalía en la emboscada de tus labios, azor y milano.

Me gustan las cartas perfumadas porque dejan un aroma a letras en el aire y penetran con su olor en el recuerdo. Recordar un olor es como tener sexo casual en un ascensor; el beso en el cuello, la ilusión evanescente de la carne. El placer es proporcional al riesgo. La memoria archiva y etiqueta los olores. Vinagre: recuerdos de la infancia, tórridos veranos, picor en la cabeza, piojos y vainas. Vainilla: ducha fría, piel de gallina, el sol caracolea en tu cabello y desarma mis hombros. Mi memoria es un lagar de olores y texturas, una bodega con la mejor cata de vinos. Tu olor es el sabor de lo intangible.

Si lees un libro en la cama, soñarás con barcos a escala y escaleras de palillos. (Y puede que con un lagarto en una botella de licor.) Los sueños se escriben con arena de playa y huevos Fabergé. En mi cama no hay distancia entre dos cuerpos. Acércate y verás. Mi piel es la frontera del verso, el encabalgamiento de las olas, el hemistiquio de los labios y el catecismo de la lengua.

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©️ Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
I loved you like the darkness loves the brightness of a dying star.
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Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi XIV) Empty Re: Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi XIV)

Lun Mar 20, 2023 10:04 am
Me ha parecido bellísima toda tu obra, Óscar. Mi enhorabuena.
Hay que leerla despacio para apreciar tanta riqueza poética y ahondar en el desgarro de tu voz lírica.
Prosa lúcida, moderna con remniscencias clásicas, por momentos tierna y por otros, visceral.
No tiene pérdida.
Nunca dejes de escribir.
Un abrazo.
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