- Óscar Bartolomé PoyFundador del ParnasoGenerador de debatePremio a la participación activa en el foroInsignia de oroDistinción al poeta que obtiene el reconocimiento de los demás compañerosPopularidadGalardón al poeta cuyos temas gustan a la comunidadMirmidónVeterano del foro
- Mensajes : 2796
Numen del poeta : 8447
Reputación : 152
Fecha de inscripción : 03/06/2015
Edad : 45
Localización : El Parnaso
Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi III)
Lun Jun 08, 2015 12:29 pm
<< El Girasol ciego y la astuta Luciérnaga (entremés):
En el valle nemoroso de sus pestañas
dos luciérnagas ardían,
entrambas harto brillaban,
y por ver quién más brillaba competían.
La una esclarecía la noche,
la otra tal que parecía el día;
solas la oscuridad de luz pintaban,
juntas al sol oscurecían.
–Si miras mucho al Sol, te quedarás ciego –le advirtió su madre cuando aún era un niño Girasol.
Durante el día giraba la cabeza hacia el Sol, en busca de luz y calor. El Sol ya no le hacía daño, pues de tanto exponerse a sus rayos se había quedado ciego. O eso creía, al menos. Sea como fuere, así era feliz. No necesitaba mirarse para sentirse hermoso, ni mirar al resto del mundo, que, comparado con el refulgente Sol, siempre le había parecido gris y feo. Toda su felicidad se cifraba en abrir sus pétalos amarillos al amarillo Sol al que tanto amaba. Sólo de vez en cuando aceptaba la breve compañía de una abeja, de una mariposa o de un picaflor, seres diminutos también bendecidos con los más bellos colores del firmamento que batían sus alas muy rápido mientras, suspendidos en el aire, libaban su néctar con una lengua trompetera, haciéndole cosquillas. Por lo demás, sentía que el Sol brillaba sólo para él, que el Sol era su benefactor y él su hijo predilecto, su viva imagen en la Tierra, y se deleitaba en su presencia. Sin embargo, temblaba con un temor casi reverencial a la caída de la noche. Temía a la noche porque era oscura e impenetrable, y aunque él no tenía ojos ni podía ver, le gustaba recibir en la cara la luz del Sol con todo su fulgor y claridad.
Una noche en que el Girasol ciego tiritaba de frío y miedo, con su pesada y redonda cabeza doblada casi a ras de suelo, se le acercó una pequeña Luciérnaga, y le dijo, compadeciéndose de él:
–Hola, Girasol. Te noto muy triste esta noche. ¿Hay algo que pueda hacer para alegrarte?
–Hola, amable Luciérnaga. En realidad, sí, pero no creo que nadie pueda –contestó el Girasol, muy afligido–. Si pudieras hacer que la noche diera paso al día, me harías muy feliz; pero eso es imposible, lo sé –añadió resignado, pasando de la animación a la tristeza.
–Tal vez no pueda hacer que salga el Sol en mitad de la noche, pero sí sé cómo hacer para que la noche sea lo más parecida posible al día –replicó la orgullosa Luciérnaga, envolviendo en un halo de misterio sus palabras.
–¿Seguro que no lo dices sólo para hacerme sentir bien? –preguntó el Girasol arqueando un pétalo, desconfiado–. Mira que si me estás contando cuentos y luego descubro que son mentira, me harás más desdichado de lo que soy.
–No temas, lo que te digo es cierto, tan cierto como que a la noche le sigue el día y que el Sol sale cada mañana, cuando la Luna duerme –concluyó la Luciérnaga, haciéndose la interesante.
–¿Ah, sí? ¿Y qué modo es ése? –quiso saber el Girasol, verdaderamente intrigado.
–Como sabes, yo sólo soy una pequeña luciérnaga –empezó diciendo la fosforescente centella–, y la oscuridad es tan grande y mi luz tan tenue que apenas puedes notarla. Pero si les digo a mis amigas luciérnagas que vengan a este campo, con todas nuestras luces conseguiremos que la noche se ilumine como si el mismísimo Sol hubiera descendido sobre la Tierra.
–¡Oh, querida Luciérnaga! No sabes cuánto me gustaría eso –exclamó el Girasol, que empezaba a mover el tallo de puro contento.
–A cambio de darte nuestra luz, sólo te pediré una cosa –le propuso la ingeniosa Luciérnaga.
–Si puedes hacer que la noche desaparezca, te daré lo que sea –afirmó el Girasol, cada vez más envalentonado.
–Muy bien –prosiguió la Luciérnaga–. Éste es el trato que te ofrezco: por cada luz que nosotras te demos, tú nos darás un pétalo. Tus pétalos son de un amarillo precioso, y con ellos pensamos construir una cabaña para el invierno.
–Te confieso, no sin pena –replicó el Girasol con voz trémula, pues sintió una punzada en el corazón al pensar en el sacrificio que le pedía–, que me dolerá quedarme sin mis queridos pétalos, pues son, junto con las pepitas, mi único ornamento, pero si cumples lo que me has prometido, son vuestros.
Así pues, sin más dilación, la Luciérnaga fue a buscar a sus amigas, y pronto todas llenaron el campo de pequeñas lucecitas que, juntas, parecían un Sol enorme. El Girasol ciego, sorprendido al notar cómo de pronto la oscuridad se desvanecía, irguió lentamente la cabeza, y la movió a uno y otro lado, buscando el más vivo resplandor que le devolviese el color a sus pálidas mejillas. Las luciérnagas juntaron sus líneas y formaron un corro alrededor del Girasol, como muchachas que bailan cogidas de la mano. En un abrir y cerrar de ojos la noche desapareció. Todo era luz, una luz radiante y magnífica como la explosión de cientos de soles.
–¿Ves cómo era posible iluminar la noche? –elevó la voz la pequeña Luciérnaga mientras irradiaba su luz al estupefacto Girasol–. Espero que estés contento. Y ahora, si eres tan amable, entréganos tus pétalos –le reclamó por fin.
–Te he dado mi palabra y la pienso cumplir –asintió el satisfecho Girasol–. Tómalos, buena Luciérnaga, pero nos os vayáis antes de que el Sol haya salido –murmuró mientras se regocijaba en la cálida luz.
Y uno a uno, el Girasol fue deshojándose los pétalos, hasta que su corona dorada, tan celebrada por su belleza, quedó pelada. Y entonces –¡oh, milagro!–, el Girasol pudo ver a las luciérnagas que le envolvían como un círculo de fuego. Y también pudo ver las plantas y la hierba que crecían a su alrededor, y las hormigas que corrían bajo sus pies.
–Los pétalos, aunque grandes y hermosos, te impedían ver como vendas en los ojos. Por muy bonito que sea el cabello de una doncella, en algún momento tiene que cortarlo si no quiere que le oculte el rostro –sentenció la sabia Luciérnaga.
–¡Y yo que pensaba que era ciego! –exclamó el Girasol, emocionado hasta las lágrimas–. Gracias por hacerme este regalo. Muchas gracias, querida Luciérnaga. Nunca olvidaré lo que has hecho por mí.– Y se le escapó una lágrima que fue a regar el suelo, encerrando en una burbuja a una hormiga despistada que pasaba por allí.
Pero comoquiera que había más luces que pétalos, las luciérnagas dejaron de brillar y se dispersaron por el campo. El Girasol se sintió otra vez solo en la noche oscura y cerrada. Le entró el pánico, y clamó desesperado:
–¡Luciérnagas, no os vayáis! Me prometisteis que os quedaríais toda la noche. ¡Por favor, volved! Tengo miedo.– Y mientras lo decía, temblaba de pies a cabeza, entre convulsiones y sacudidas, como en un ataque de epilepsia.
–¿Sabes una cosa, Girasol? –musitó la astuta Luciérnaga, que se alejaba cargada con un pétalo más grande que ella misma–. Aunque nosotras nos hayamos ido, no estarás solo. Mira allá arriba, hacia el cielo. ¿Lo ves? No eres el único que gira. La Luna también cree que gira sola alrededor de la Tierra.
Y ahora que había recuperado la visión y que ya no tenía sus pétalos dorados, el Girasol comprendió que se parecía más a la Luna que al Sol, su antiguo benefactor, y que ya nunca más giraría solo, ni de noche ni de día. Y pensó en todas las cosas buenas que nos perdemos por no querer abrir los ojos.
(Fin del entremés)
En el valle nemoroso de sus pestañas
dos luciérnagas ardían,
entrambas harto brillaban,
y por ver quién más brillaba competían.
La una esclarecía la noche,
la otra tal que parecía el día;
solas la oscuridad de luz pintaban,
juntas al sol oscurecían.
–Si miras mucho al Sol, te quedarás ciego –le advirtió su madre cuando aún era un niño Girasol.
Durante el día giraba la cabeza hacia el Sol, en busca de luz y calor. El Sol ya no le hacía daño, pues de tanto exponerse a sus rayos se había quedado ciego. O eso creía, al menos. Sea como fuere, así era feliz. No necesitaba mirarse para sentirse hermoso, ni mirar al resto del mundo, que, comparado con el refulgente Sol, siempre le había parecido gris y feo. Toda su felicidad se cifraba en abrir sus pétalos amarillos al amarillo Sol al que tanto amaba. Sólo de vez en cuando aceptaba la breve compañía de una abeja, de una mariposa o de un picaflor, seres diminutos también bendecidos con los más bellos colores del firmamento que batían sus alas muy rápido mientras, suspendidos en el aire, libaban su néctar con una lengua trompetera, haciéndole cosquillas. Por lo demás, sentía que el Sol brillaba sólo para él, que el Sol era su benefactor y él su hijo predilecto, su viva imagen en la Tierra, y se deleitaba en su presencia. Sin embargo, temblaba con un temor casi reverencial a la caída de la noche. Temía a la noche porque era oscura e impenetrable, y aunque él no tenía ojos ni podía ver, le gustaba recibir en la cara la luz del Sol con todo su fulgor y claridad.
Una noche en que el Girasol ciego tiritaba de frío y miedo, con su pesada y redonda cabeza doblada casi a ras de suelo, se le acercó una pequeña Luciérnaga, y le dijo, compadeciéndose de él:
–Hola, Girasol. Te noto muy triste esta noche. ¿Hay algo que pueda hacer para alegrarte?
–Hola, amable Luciérnaga. En realidad, sí, pero no creo que nadie pueda –contestó el Girasol, muy afligido–. Si pudieras hacer que la noche diera paso al día, me harías muy feliz; pero eso es imposible, lo sé –añadió resignado, pasando de la animación a la tristeza.
–Tal vez no pueda hacer que salga el Sol en mitad de la noche, pero sí sé cómo hacer para que la noche sea lo más parecida posible al día –replicó la orgullosa Luciérnaga, envolviendo en un halo de misterio sus palabras.
–¿Seguro que no lo dices sólo para hacerme sentir bien? –preguntó el Girasol arqueando un pétalo, desconfiado–. Mira que si me estás contando cuentos y luego descubro que son mentira, me harás más desdichado de lo que soy.
–No temas, lo que te digo es cierto, tan cierto como que a la noche le sigue el día y que el Sol sale cada mañana, cuando la Luna duerme –concluyó la Luciérnaga, haciéndose la interesante.
–¿Ah, sí? ¿Y qué modo es ése? –quiso saber el Girasol, verdaderamente intrigado.
–Como sabes, yo sólo soy una pequeña luciérnaga –empezó diciendo la fosforescente centella–, y la oscuridad es tan grande y mi luz tan tenue que apenas puedes notarla. Pero si les digo a mis amigas luciérnagas que vengan a este campo, con todas nuestras luces conseguiremos que la noche se ilumine como si el mismísimo Sol hubiera descendido sobre la Tierra.
–¡Oh, querida Luciérnaga! No sabes cuánto me gustaría eso –exclamó el Girasol, que empezaba a mover el tallo de puro contento.
–A cambio de darte nuestra luz, sólo te pediré una cosa –le propuso la ingeniosa Luciérnaga.
–Si puedes hacer que la noche desaparezca, te daré lo que sea –afirmó el Girasol, cada vez más envalentonado.
–Muy bien –prosiguió la Luciérnaga–. Éste es el trato que te ofrezco: por cada luz que nosotras te demos, tú nos darás un pétalo. Tus pétalos son de un amarillo precioso, y con ellos pensamos construir una cabaña para el invierno.
–Te confieso, no sin pena –replicó el Girasol con voz trémula, pues sintió una punzada en el corazón al pensar en el sacrificio que le pedía–, que me dolerá quedarme sin mis queridos pétalos, pues son, junto con las pepitas, mi único ornamento, pero si cumples lo que me has prometido, son vuestros.
Así pues, sin más dilación, la Luciérnaga fue a buscar a sus amigas, y pronto todas llenaron el campo de pequeñas lucecitas que, juntas, parecían un Sol enorme. El Girasol ciego, sorprendido al notar cómo de pronto la oscuridad se desvanecía, irguió lentamente la cabeza, y la movió a uno y otro lado, buscando el más vivo resplandor que le devolviese el color a sus pálidas mejillas. Las luciérnagas juntaron sus líneas y formaron un corro alrededor del Girasol, como muchachas que bailan cogidas de la mano. En un abrir y cerrar de ojos la noche desapareció. Todo era luz, una luz radiante y magnífica como la explosión de cientos de soles.
–¿Ves cómo era posible iluminar la noche? –elevó la voz la pequeña Luciérnaga mientras irradiaba su luz al estupefacto Girasol–. Espero que estés contento. Y ahora, si eres tan amable, entréganos tus pétalos –le reclamó por fin.
–Te he dado mi palabra y la pienso cumplir –asintió el satisfecho Girasol–. Tómalos, buena Luciérnaga, pero nos os vayáis antes de que el Sol haya salido –murmuró mientras se regocijaba en la cálida luz.
Y uno a uno, el Girasol fue deshojándose los pétalos, hasta que su corona dorada, tan celebrada por su belleza, quedó pelada. Y entonces –¡oh, milagro!–, el Girasol pudo ver a las luciérnagas que le envolvían como un círculo de fuego. Y también pudo ver las plantas y la hierba que crecían a su alrededor, y las hormigas que corrían bajo sus pies.
–Los pétalos, aunque grandes y hermosos, te impedían ver como vendas en los ojos. Por muy bonito que sea el cabello de una doncella, en algún momento tiene que cortarlo si no quiere que le oculte el rostro –sentenció la sabia Luciérnaga.
–¡Y yo que pensaba que era ciego! –exclamó el Girasol, emocionado hasta las lágrimas–. Gracias por hacerme este regalo. Muchas gracias, querida Luciérnaga. Nunca olvidaré lo que has hecho por mí.– Y se le escapó una lágrima que fue a regar el suelo, encerrando en una burbuja a una hormiga despistada que pasaba por allí.
Pero comoquiera que había más luces que pétalos, las luciérnagas dejaron de brillar y se dispersaron por el campo. El Girasol se sintió otra vez solo en la noche oscura y cerrada. Le entró el pánico, y clamó desesperado:
–¡Luciérnagas, no os vayáis! Me prometisteis que os quedaríais toda la noche. ¡Por favor, volved! Tengo miedo.– Y mientras lo decía, temblaba de pies a cabeza, entre convulsiones y sacudidas, como en un ataque de epilepsia.
–¿Sabes una cosa, Girasol? –musitó la astuta Luciérnaga, que se alejaba cargada con un pétalo más grande que ella misma–. Aunque nosotras nos hayamos ido, no estarás solo. Mira allá arriba, hacia el cielo. ¿Lo ves? No eres el único que gira. La Luna también cree que gira sola alrededor de la Tierra.
Y ahora que había recuperado la visión y que ya no tenía sus pétalos dorados, el Girasol comprendió que se parecía más a la Luna que al Sol, su antiguo benefactor, y que ya nunca más giraría solo, ni de noche ni de día. Y pensó en todas las cosas buenas que nos perdemos por no querer abrir los ojos.
(Fin del entremés)
_________________
Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
I loved you like the darkness loves the brightness of a dying star.
- María LópezPoeta DestacadoGenerador de debatePremio a la participación activa en el foroMirmidónVeterano del foro
- Mensajes : 209
Numen del poeta : 4267
Reputación : 4
Fecha de inscripción : 05/06/2015
Re: Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi III)
Mar Jun 09, 2015 9:08 pm
Sigo enganchada a esta saga...y, aquí el entremés consiguió abrirme el apetito.
Nuevo cambio de registro, otra vuelta de tuerca más. Me gusta.
Abrazos.
_María
Nuevo cambio de registro, otra vuelta de tuerca más. Me gusta.
Abrazos.
_María
_________________
La primera tarea del poeta es desanclar en nosotros una materia que quiere soñar.
Gastón Bachelar.
- Óscar Bartolomé PoyFundador del ParnasoGenerador de debatePremio a la participación activa en el foroInsignia de oroDistinción al poeta que obtiene el reconocimiento de los demás compañerosPopularidadGalardón al poeta cuyos temas gustan a la comunidadMirmidónVeterano del foro
- Mensajes : 2796
Numen del poeta : 8447
Reputación : 152
Fecha de inscripción : 03/06/2015
Edad : 45
Localización : El Parnaso
Re: Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi III)
Mar Jun 09, 2015 9:53 pm
María López escribió:Sigo enganchada a esta saga...y, aquí el entremés consiguió abrirme el apetito.
Nuevo cambio de registro, otra vuelta de tuerca más. Me gusta.
Abrazos.
_María
No sé si acaso eres la única aquí que lo está leyendo, pero gracias por tu seguimiento. Es verdad que en las tres primeras entregas hay un cambio radical de estilo.
Un fuerte abrazo, María.
_________________
Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
I loved you like the darkness loves the brightness of a dying star.
- InvitadoInvitado
Re: Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi III)
Jue Nov 14, 2019 8:05 pm
"Y pensó en todas las cosas buenas que nos perdemos por no querer abrir los ojos."
Siempre he dicho que el miedo rige el mundo, a la inmensa mayoría de las personas. El instinto de supervivencia; "Lo malo conocido"; ¡Que me quede como estoy...!
Quien dice "Soy feliz" es que se ha rendido, se ha parado en un cómodo recodo de un camino que nunca termina. La felicidad es la búsqueda.
El cambio radical de estilo es un estilo en sí que me atrae. No predecir/saber qué viene a continuación. Un estilo no apto para miedosos.
Saludos, Óscar.
Siempre he dicho que el miedo rige el mundo, a la inmensa mayoría de las personas. El instinto de supervivencia; "Lo malo conocido"; ¡Que me quede como estoy...!
Quien dice "Soy feliz" es que se ha rendido, se ha parado en un cómodo recodo de un camino que nunca termina. La felicidad es la búsqueda.
El cambio radical de estilo es un estilo en sí que me atrae. No predecir/saber qué viene a continuación. Un estilo no apto para miedosos.
Saludos, Óscar.
- Óscar Bartolomé PoyFundador del ParnasoGenerador de debatePremio a la participación activa en el foroInsignia de oroDistinción al poeta que obtiene el reconocimiento de los demás compañerosPopularidadGalardón al poeta cuyos temas gustan a la comunidadMirmidónVeterano del foro
- Mensajes : 2796
Numen del poeta : 8447
Reputación : 152
Fecha de inscripción : 03/06/2015
Edad : 45
Localización : El Parnaso
Re: Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi III)
Lun Nov 18, 2019 10:10 pm
Hernández Latorre escribió:"Y pensó en todas las cosas buenas que nos perdemos por no querer abrir los ojos."
Siempre he dicho que el miedo rige el mundo, a la inmensa mayoría de las personas. El instinto de supervivencia; "Lo malo conocido"; ¡Que me quede como estoy...!
Quien dice "Soy feliz" es que se ha rendido, se ha parado en un cómodo recodo de un camino que nunca termina. La felicidad es la búsqueda.
El cambio radical de estilo es un estilo en sí que me atrae. No predecir/saber qué viene a continuación. Un estilo no apto para miedosos.
Saludos, Óscar.
A mí también me parecen odiosas esas frases hechas, que sólo denotan miedo a lo desconocido. Si fuera por la gente que piensa así, nunca habríamos pisado la la Luna ni nos propondríamos conquistar las estrellas. Pero, por suerte, siempre hay espíritus aventureros y visionarios que ansían llevar a la humanidad un paso más allá.
Éste era un cuento dentro de un cuento. El cuento infantil me parece el género literario más difícil.
Saludos, Mariano.
_________________
Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
I loved you like the darkness loves the brightness of a dying star.
- Genaro CentenoPoeta en ciernesGenerador de debatePremio a la participación activa en el foroPopularidadGalardón al poeta cuyos temas gustan a la comunidadMirmidónVeterano del foro
- Mensajes : 88
Numen del poeta : 1794
Reputación : 19
Fecha de inscripción : 21/06/2020
Localización : El Caribe
Re: Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi III)
Sáb Jun 27, 2020 4:22 am
Estimado Óscar. Es un relato hermoso. Me agrada mucho.
- Óscar Bartolomé PoyFundador del ParnasoGenerador de debatePremio a la participación activa en el foroInsignia de oroDistinción al poeta que obtiene el reconocimiento de los demás compañerosPopularidadGalardón al poeta cuyos temas gustan a la comunidadMirmidónVeterano del foro
- Mensajes : 2796
Numen del poeta : 8447
Reputación : 152
Fecha de inscripción : 03/06/2015
Edad : 45
Localización : El Parnaso
Re: Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi III)
Sáb Jun 27, 2020 10:54 am
Genaro Centeno escribió:Estimado Óscar. Es un relato hermoso. Me agrada mucho.
Gracias por pasarte por mis letras y hacérmelo saber. Celebro que haya sido de tu agrado.
Saludos, Genaro.
_________________
Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
I loved you like the darkness loves the brightness of a dying star.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.