- Óscar Bartolomé PoyFundador del ParnasoGenerador de debatePremio a la participación activa en el foroInsignia de oroDistinción al poeta que obtiene el reconocimiento de los demás compañerosPopularidadGalardón al poeta cuyos temas gustan a la comunidadMirmidónVeterano del foro
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Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi V)
Miér Jun 10, 2015 1:24 pm
<< La hora mágica (paréntesis)
Veo cascadas de hinojos y suntuosas puestas de sol. Una película de agua suaviza los contornos de las olas cuando el sol irisa su cresta formando poliedros. El mar se trenza como un collar de cuentas de colores, como aquél que llevabas atado al cuello cuando me dijiste “bésame, mi amor”. De pronto las olas se encabalgan y se encrespan como la crin de un bayo que piafa nervioso. Un mar de esperma y saliva se acantona en las orillas, y en los arcos de piedra, y en las grutas subterráneas, marinas. Lentejuelas de arenisca salpican las rocas calizas. Cenefas de espuma barren la playa y escupen aquí y allá, como regalos del mar, una concha o una caracola. Te digo “Escucha el latido del agua”, y cuando te llevas la caracola a una oreja, en la otra deposito el eco de mi corazón. “¿Oyes su latido?”. “Sí, oigo dos; son tu mar y mi corazón, y cantan al unísono, con una misma voz”. Y sonríes; y tu sonrisa, más pura y radiante que el nácar, riza las aguas como el bostezo del hijo del sol, como el peine de Venus. Y la caracola en tus manos parece un sonajero. Miro a mis pies. Un cangrejo ermitaño camina hacia atrás, como borracho, sobre sus largos zancos. A veces yo me parezco a él. Levanto la vista, haciendo visera con la mano. La estela de un avión difumina el azul incorrupto del cielo como la blanca cola de un vestido de novia. Me llevo un dedo a la boca y lo humedezco para conocer la dirección del viento, y sabe a algodón de azúcar y a maíz tostado. Al sur de la nuca me abanica tu aliento. Lo sé. Lo siento. Se abre un paréntesis en los labios húmedos y desconchados, de un rojo alazán. El rocío se asienta en las bisagras. Una perenne lasitud atempera el murmullo de las olas. Mientras, las lenguas –crustáceas, salobres, pedúnculos carnosos– se relamen de lujuria y se succionan con la codicia del percebe. Glotonas. Sibaritas. Y me doy cuenta de que en cada beso hay miles de afluentes, de que cada beso es un Rubicón. Nos besamos a la hora azul, y el mar se trenza como un collar de cuentas de colores, como aquél que llevabas atado al cuello cuando me dijiste vámonos.
Mi amor es una carta volando al viento, como el otoño, que se descalza de hojas. En el fondo del mar dos respiraciones se hacen una. El grito bajo el agua tiene escamas de plata. Ondean los amantes como salmones al remonte.
Mi amor es una caracola sin eco, pero mi grito fecunda mares y ensancha el océano hasta el acimut, y mis ojos relampaguean en la noche coruscante como el ámbar gris o el esperma de la ballena. Mi amor, sí, crece en espiral hacia un infinito rampante.
Recuerdo cuando mis labios hacían diptongo con tus labios y el amor era la sílaba tónica de todos los mares, su estuario amanecido. (Mis labios, que merodean tus labios como una abeja el girasol.) Nuestras bocas sabían tan dulces como un gofre de chocolate y restallaban en la semántica del beso como el chorro de agua que exhalan los cachalotes hacia el pingüe azul del cielo.
Amarte es como rimar las patas de un banco o escanciar sidra; un chorro que cae desde lo alto y te salpica. Amarte es como volar subido a Pegaso o a la noria de Londres –London Eye–. Mi amor no tiene metro, pero rima con tus labios. El maridaje de tu amor y mi melancolía se llama poesía.
El amor es un entendimiento intuitivo entre dos pies que interpretan el movimiento en la misma dirección, como cuando te das de bruces con otra persona que te cierra el paso; y das un paso a la izquierda y ella hace lo propio; y das un paso a la derecha y ella repite el mismo movimiento; y así una y otra vez, hasta la extenuación, con una sincronía perfecta, con una perfecta coordinación; como si pudierais leeros las mentes o imitaros a través de un espejo transparente. El amor es atropellar cuando quieres ceder el paso; el amor es chocar cuando quieres echarte a un lado.
Guardo mechones en relicarios y un cuévano con higos maduros y un áspid. Avanzo a hurtadillas entre amapolas febriles y caminos de sirga. Te cortas el cabello a lo George Sand, y cada rizo que aniquilan mis dedos me absorbe como un remolino de agua, como un desagüe levantisco. (Como Alfred de Musset.)
Una bombilla estalla. Oscuridad. Silencio. Rumor de pasos. Corazón delator.
Veo cascadas de hinojos y suntuosas puestas de sol. Una película de agua suaviza los contornos de las olas cuando el sol irisa su cresta formando poliedros. El mar se trenza como un collar de cuentas de colores, como aquél que llevabas atado al cuello cuando me dijiste “bésame, mi amor”. De pronto las olas se encabalgan y se encrespan como la crin de un bayo que piafa nervioso. Un mar de esperma y saliva se acantona en las orillas, y en los arcos de piedra, y en las grutas subterráneas, marinas. Lentejuelas de arenisca salpican las rocas calizas. Cenefas de espuma barren la playa y escupen aquí y allá, como regalos del mar, una concha o una caracola. Te digo “Escucha el latido del agua”, y cuando te llevas la caracola a una oreja, en la otra deposito el eco de mi corazón. “¿Oyes su latido?”. “Sí, oigo dos; son tu mar y mi corazón, y cantan al unísono, con una misma voz”. Y sonríes; y tu sonrisa, más pura y radiante que el nácar, riza las aguas como el bostezo del hijo del sol, como el peine de Venus. Y la caracola en tus manos parece un sonajero. Miro a mis pies. Un cangrejo ermitaño camina hacia atrás, como borracho, sobre sus largos zancos. A veces yo me parezco a él. Levanto la vista, haciendo visera con la mano. La estela de un avión difumina el azul incorrupto del cielo como la blanca cola de un vestido de novia. Me llevo un dedo a la boca y lo humedezco para conocer la dirección del viento, y sabe a algodón de azúcar y a maíz tostado. Al sur de la nuca me abanica tu aliento. Lo sé. Lo siento. Se abre un paréntesis en los labios húmedos y desconchados, de un rojo alazán. El rocío se asienta en las bisagras. Una perenne lasitud atempera el murmullo de las olas. Mientras, las lenguas –crustáceas, salobres, pedúnculos carnosos– se relamen de lujuria y se succionan con la codicia del percebe. Glotonas. Sibaritas. Y me doy cuenta de que en cada beso hay miles de afluentes, de que cada beso es un Rubicón. Nos besamos a la hora azul, y el mar se trenza como un collar de cuentas de colores, como aquél que llevabas atado al cuello cuando me dijiste vámonos.
Mi amor es una carta volando al viento, como el otoño, que se descalza de hojas. En el fondo del mar dos respiraciones se hacen una. El grito bajo el agua tiene escamas de plata. Ondean los amantes como salmones al remonte.
Mi amor es una caracola sin eco, pero mi grito fecunda mares y ensancha el océano hasta el acimut, y mis ojos relampaguean en la noche coruscante como el ámbar gris o el esperma de la ballena. Mi amor, sí, crece en espiral hacia un infinito rampante.
Recuerdo cuando mis labios hacían diptongo con tus labios y el amor era la sílaba tónica de todos los mares, su estuario amanecido. (Mis labios, que merodean tus labios como una abeja el girasol.) Nuestras bocas sabían tan dulces como un gofre de chocolate y restallaban en la semántica del beso como el chorro de agua que exhalan los cachalotes hacia el pingüe azul del cielo.
Amarte es como rimar las patas de un banco o escanciar sidra; un chorro que cae desde lo alto y te salpica. Amarte es como volar subido a Pegaso o a la noria de Londres –London Eye–. Mi amor no tiene metro, pero rima con tus labios. El maridaje de tu amor y mi melancolía se llama poesía.
El amor es un entendimiento intuitivo entre dos pies que interpretan el movimiento en la misma dirección, como cuando te das de bruces con otra persona que te cierra el paso; y das un paso a la izquierda y ella hace lo propio; y das un paso a la derecha y ella repite el mismo movimiento; y así una y otra vez, hasta la extenuación, con una sincronía perfecta, con una perfecta coordinación; como si pudierais leeros las mentes o imitaros a través de un espejo transparente. El amor es atropellar cuando quieres ceder el paso; el amor es chocar cuando quieres echarte a un lado.
Guardo mechones en relicarios y un cuévano con higos maduros y un áspid. Avanzo a hurtadillas entre amapolas febriles y caminos de sirga. Te cortas el cabello a lo George Sand, y cada rizo que aniquilan mis dedos me absorbe como un remolino de agua, como un desagüe levantisco. (Como Alfred de Musset.)
Una bombilla estalla. Oscuridad. Silencio. Rumor de pasos. Corazón delator.
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