- Óscar Bartolomé PoyFundador del ParnasoGenerador de debatePremio a la participación activa en el foroInsignia de oroDistinción al poeta que obtiene el reconocimiento de los demás compañerosPopularidadGalardón al poeta cuyos temas gustan a la comunidadMirmidónVeterano del foro
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Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi VI)
Jue Jun 11, 2015 9:15 am
<< Memorias de un suicida:
“Me quedé sentado en el andén a esperar el próximo tren. Las luces estroboscópicas se acercaban rasgando el túnel oscuro con crujidos de hierro y fuego, y rugían como pequeñas detonaciones de explosivos, con el clamor industrioso de una metalurgia. “Saltar sólo con tren parado”, decía el cartel bajo mis pies. Suerte que siempre he hecho caso omiso de las normas. Pasaron los trenes, y me quedé sentado. A esperar.”
<< Preludio gota de agua
Podría escuchar esta música toda la noche, mientras tú estás conmigo y oigo el repiqueteo de la lluvia en la ventana. Plic, plic, plic. Las gotas se estiran y caen en zigzag. Plic, plic, plic. Las gotas tiemblan, se unen y se separan como células o letras ansiosas por crear. Las gotas se fusionan y se segregan. Me adormece su ritmo monótono, su regular cadencia, su repetición casi aritmética. Me adormece como al bebé la respiración materna. Ahora sé que la lluvia también tiene su lenguaje, y es un lenguaje más antiguo que mis letras. El lenguaje de la lluvia se compone de infinitas gotas de agua que se besan.
Qué diferencia tan grande hay entre las dos caras de una ventana. Una –la de fuera– es fría, y la otra –la de dentro– es cálida. Es igual que el cristal que nos separa. Nos deja vernos, pero nos impide tocarnos. Cruel, cruel ventana. Mejor sería quedarse ciego y tan sólo oír el monótono repiqueteo de la lluvia. Plic, plic, plic. Me duermo. (Pero nunca llueve eternamente.) Todos los sueños conducen a Manderlay. Allí nos vemos, junto al sendero sinuoso y la cancela. Y no te olvides de la rebeca.
Gotas de lluvia ensortijan tu cabello como pequeños diamantes de una diadema o una telaraña perlada de rocío (como mechones de George Sand), y en su trémula y aleatoria arquitectura quiero ver un caligrama de estrellas. Tal vez sea Andrómeda o Casiopea. ¿Cómo saber que con cada ondulación de tu pelo se balancea mi universo?
Mis raíces se hunden en lo más profundo de la tierra, como el embrión en el útero, como la daga en el corazón. Me asustan los ojos inertes de las estatuas que te miran sin ver y las gárgolas que otean desde las alturas en catedrales y mausoleos. La piedra sólo se conmueve con el golpeteo de la lluvia. Me gustan las faldas de volantes porque están hechas para volar, como los dientes de león que espolvorea la primavera (tú, Mi Siempre Primavera, mi siempreviva, la que hace ruiditos libidinosos al comer las fresas).
“Me quedé sentado en el andén a esperar el próximo tren. Las luces estroboscópicas se acercaban rasgando el túnel oscuro con crujidos de hierro y fuego, y rugían como pequeñas detonaciones de explosivos, con el clamor industrioso de una metalurgia. “Saltar sólo con tren parado”, decía el cartel bajo mis pies. Suerte que siempre he hecho caso omiso de las normas. Pasaron los trenes, y me quedé sentado. A esperar.”
<< Preludio gota de agua
Podría escuchar esta música toda la noche, mientras tú estás conmigo y oigo el repiqueteo de la lluvia en la ventana. Plic, plic, plic. Las gotas se estiran y caen en zigzag. Plic, plic, plic. Las gotas tiemblan, se unen y se separan como células o letras ansiosas por crear. Las gotas se fusionan y se segregan. Me adormece su ritmo monótono, su regular cadencia, su repetición casi aritmética. Me adormece como al bebé la respiración materna. Ahora sé que la lluvia también tiene su lenguaje, y es un lenguaje más antiguo que mis letras. El lenguaje de la lluvia se compone de infinitas gotas de agua que se besan.
Qué diferencia tan grande hay entre las dos caras de una ventana. Una –la de fuera– es fría, y la otra –la de dentro– es cálida. Es igual que el cristal que nos separa. Nos deja vernos, pero nos impide tocarnos. Cruel, cruel ventana. Mejor sería quedarse ciego y tan sólo oír el monótono repiqueteo de la lluvia. Plic, plic, plic. Me duermo. (Pero nunca llueve eternamente.) Todos los sueños conducen a Manderlay. Allí nos vemos, junto al sendero sinuoso y la cancela. Y no te olvides de la rebeca.
Gotas de lluvia ensortijan tu cabello como pequeños diamantes de una diadema o una telaraña perlada de rocío (como mechones de George Sand), y en su trémula y aleatoria arquitectura quiero ver un caligrama de estrellas. Tal vez sea Andrómeda o Casiopea. ¿Cómo saber que con cada ondulación de tu pelo se balancea mi universo?
Mis raíces se hunden en lo más profundo de la tierra, como el embrión en el útero, como la daga en el corazón. Me asustan los ojos inertes de las estatuas que te miran sin ver y las gárgolas que otean desde las alturas en catedrales y mausoleos. La piedra sólo se conmueve con el golpeteo de la lluvia. Me gustan las faldas de volantes porque están hechas para volar, como los dientes de león que espolvorea la primavera (tú, Mi Siempre Primavera, mi siempreviva, la que hace ruiditos libidinosos al comer las fresas).
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