- Óscar Bartolomé PoyFundador del ParnasoGenerador de debatePremio a la participación activa en el foroInsignia de oroDistinción al poeta que obtiene el reconocimiento de los demás compañerosPopularidadGalardón al poeta cuyos temas gustan a la comunidadMirmidónVeterano del foro
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Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi XVI)
Lun Jun 29, 2015 5:50 am
<< El huevo de la serpiente:
Me presento ante ti como un embajador de la tristeza, como un volatinero de metáforas o un árbol desceñido. En mi país no hay aduanas y las lágrimas no pagan aranceles al amor. El horóscopo pronostica azúcar glasé. Mi soledad podría parecer la ínsula Barataria o un médano en una taza de café o el desierto de Tartaria. Ya es tarde para remiendos o medias verdades. Los aguaceros arrecian en la disyuntiva del verano. Decídete entre la rosa y el clavel. Me sujeto la cabeza porque me azota un viento septentrional. (Como el Bóreas de Waterhouse.) Con un grito contumaz se constipó el verano. Hay un acróstico fruncido en la disputa de tus cejas. Me preguntas por qué me escondo de la noche, y te respondo con una luna desovada. (La luna es una serpiente enroscada, un caduceo alípede o un ouroboros.) Quieres saber el porqué de mi silencio militante, y yo callo pasquines. Insistes en hacerme cosquillas en la planta del pie. Aplazo el beso hasta la aféresis. Tus ganzúas no abren mi trastienda. Hagamos un pacto de pícaros, en germanía: te lo diré si eres capaz de averiguar mis latitudes inconclusas.
Vacío los cánones de fugas, doblego las esquinas a contraluz. Me asilo en los suburbios de la voz como una lengua retráctil. Aquí, en mi matriz de albúmina, no hay dromedarios. Desgarro el epitelio de los párpados para alborear pesadillas, y floto como un corcho sin gollete (como un corchete), en languidez. Te quiero son dos palabras, como vino y Jerez. Los besos siempre inconclusos, como las sinfonías y los dromedarios.
Discrepo de la razón de los labios. Enfatizo las sílabas del perdón. Me abrocho los tendones y los diptongos. Te toco, y se derrite la blanda sustancia del deseo. Las cigarras amortizan el silencio entre bastidores. Los cigarros presumen de blanco y ceniza. Barrita el pistón de la trompeta y la siringa del dios Pan. Los días se suceden como tubos de un órgano o cañas de un caramillo, unos más largos que otros, en orden decreciente. Los testamentos vitales son las notas de mi escala musical. Modulo su frecuencia sonora y el eco de los soportales. Desaparecen las mariposas como polvo de oro. Las ninfeas poetizan batracios. Tengo una hornacina en el pecho donde late un pájaro herido. La soledad se masturba en silencio, sin ósculos ni decibelios, y la dulce Molly Malone sigue tirando de su viejo carretón por las calles empedradas de Dublín.
Las chispas de tu fuego siguen revoloteando en mi noche como un tizón de luciérnagas. Míralo. Ya pronto se muere el sol. Agoniza como una mariposa amarilla en la canícula. Te fuiste por la mañana y nunca te dije adiós. (Adiós a las armas, adiós al amor.) Después cayeron las lágrimas guillotinadas por los párpados, y luego las mejillas perdieron su arrebol. El silencio se hizo lívido aguacero. El silencio acolchó el tictac del reloj. Y la sábana cayó como un sudario sobre la cara. Y no hubo más palabras, ni ruiditos de fresas, ni juegos de seducción. (Adiós a las armas, adiós al amor.) “Don't try to wake me in the morning 'cause I will be gone.”
Háblame de los recuerdos de tu infancia, del olor a tierra mojada, de los lechos de trigo, de los pastos y de las vacas, de aquel sauce en el que fumaba tu abuelo a escondidas, de sus manos campesinas y bondadosas –las mismas que plantaban esquejes y te leían a Juan Ramón Jiménez–, de los zuecos que calzabas de niña, de los muñecos de plastilina, de la leña y del fuego, del frío en invierno, de las rosas liofilizadas, de aquella vez en que tiraste un teléfono móvil al mar. (Si me acerco al mar puedo oír la brisa de tu voz.) Háblame y no pares; y mientras yo me engañaré imaginando que aún estás aquí, viva, conmigo.
Me presento ante ti como un embajador de la tristeza, como un volatinero de metáforas o un árbol desceñido. En mi país no hay aduanas y las lágrimas no pagan aranceles al amor. El horóscopo pronostica azúcar glasé. Mi soledad podría parecer la ínsula Barataria o un médano en una taza de café o el desierto de Tartaria. Ya es tarde para remiendos o medias verdades. Los aguaceros arrecian en la disyuntiva del verano. Decídete entre la rosa y el clavel. Me sujeto la cabeza porque me azota un viento septentrional. (Como el Bóreas de Waterhouse.) Con un grito contumaz se constipó el verano. Hay un acróstico fruncido en la disputa de tus cejas. Me preguntas por qué me escondo de la noche, y te respondo con una luna desovada. (La luna es una serpiente enroscada, un caduceo alípede o un ouroboros.) Quieres saber el porqué de mi silencio militante, y yo callo pasquines. Insistes en hacerme cosquillas en la planta del pie. Aplazo el beso hasta la aféresis. Tus ganzúas no abren mi trastienda. Hagamos un pacto de pícaros, en germanía: te lo diré si eres capaz de averiguar mis latitudes inconclusas.
Vacío los cánones de fugas, doblego las esquinas a contraluz. Me asilo en los suburbios de la voz como una lengua retráctil. Aquí, en mi matriz de albúmina, no hay dromedarios. Desgarro el epitelio de los párpados para alborear pesadillas, y floto como un corcho sin gollete (como un corchete), en languidez. Te quiero son dos palabras, como vino y Jerez. Los besos siempre inconclusos, como las sinfonías y los dromedarios.
Discrepo de la razón de los labios. Enfatizo las sílabas del perdón. Me abrocho los tendones y los diptongos. Te toco, y se derrite la blanda sustancia del deseo. Las cigarras amortizan el silencio entre bastidores. Los cigarros presumen de blanco y ceniza. Barrita el pistón de la trompeta y la siringa del dios Pan. Los días se suceden como tubos de un órgano o cañas de un caramillo, unos más largos que otros, en orden decreciente. Los testamentos vitales son las notas de mi escala musical. Modulo su frecuencia sonora y el eco de los soportales. Desaparecen las mariposas como polvo de oro. Las ninfeas poetizan batracios. Tengo una hornacina en el pecho donde late un pájaro herido. La soledad se masturba en silencio, sin ósculos ni decibelios, y la dulce Molly Malone sigue tirando de su viejo carretón por las calles empedradas de Dublín.
Las chispas de tu fuego siguen revoloteando en mi noche como un tizón de luciérnagas. Míralo. Ya pronto se muere el sol. Agoniza como una mariposa amarilla en la canícula. Te fuiste por la mañana y nunca te dije adiós. (Adiós a las armas, adiós al amor.) Después cayeron las lágrimas guillotinadas por los párpados, y luego las mejillas perdieron su arrebol. El silencio se hizo lívido aguacero. El silencio acolchó el tictac del reloj. Y la sábana cayó como un sudario sobre la cara. Y no hubo más palabras, ni ruiditos de fresas, ni juegos de seducción. (Adiós a las armas, adiós al amor.) “Don't try to wake me in the morning 'cause I will be gone.”
Háblame de los recuerdos de tu infancia, del olor a tierra mojada, de los lechos de trigo, de los pastos y de las vacas, de aquel sauce en el que fumaba tu abuelo a escondidas, de sus manos campesinas y bondadosas –las mismas que plantaban esquejes y te leían a Juan Ramón Jiménez–, de los zuecos que calzabas de niña, de los muñecos de plastilina, de la leña y del fuego, del frío en invierno, de las rosas liofilizadas, de aquella vez en que tiraste un teléfono móvil al mar. (Si me acerco al mar puedo oír la brisa de tu voz.) Háblame y no pares; y mientras yo me engañaré imaginando que aún estás aquí, viva, conmigo.
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